Capítulo 30

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El rayo de sol que penetró por la ventana y dio directo sobre la blanca epidermis de la princesa la hizo retozar con la misma gracia que tendría un panda tras beber la leche de su madre por primera vez en la vida. Giró sobre su costado y gruñó pese a que sentía la garganta reseca; percibía, además, un dolor punzante en la cabeza.

Entonces, como la lluvia de verano que llega sin aviso para purificar la naturaleza, los recuerdos de la noche anterior se colaron como la neblina matinal, silentes y abrumadores en su propia magnitud.

El simple fantasma de unos cálidos labios moviéndose acompasados contra los suyos hizo que se sonrojara antes de siquiera abrir los ojos. Su corazón dio un vuelco y un agujero negro acalló a su estómago, que ya reclamaba comida.

Lo sabía, pero una parte de ella no podía creer que aquello había sido real. El recuerdo se desdibujaba con las luces rojas del lugar y el murmullo sin ton ni son que se apagó cuando Hummel por fin cruzó esa barrera titilante que solo había causado frustraciones para ambos.

Se cubrió la cara con las manos y esbozó una sonrisa que hizo que los músculos de sus mejillas se estiraran dolorosos. Luego abrió un ojo, espiando entre un dedo y otro para observar la cama vacía a medio metro de distancia; sabiendo que estaba sola porque Einar de seguro había ido a correr, se levantó y se estiró, tratando de alcanzar el techo.

Al dirigirse al sanitario, un movimiento en la mesa del comedor captó su atención. Einar pasó la página del periódico que estaba leyendo, lo que provocó que la princesa quedara paralizada en su lugar y una atmósfera tensa saliera de cada esquina para envolverlos.

—Buenos días —saludó Hummel sin voltear a verla. Extendió la mano y, más cortés que de costumbre, señaló el asiento frente a él—: ¿Desayuno?

Odalyn dejó caer los hombros, pesarosa. Sí, él la había besado, en la pista dos veces y una más antes de dormir; pero quizá el embrujo se había desvanecido con el alba.

—Claro —respondió con un mudo suspiro. Observó los manjares sobre la mesa mientras se acercaba y su apetito reapareció—. ¿No fuiste a correr?

Einar dejó el periódico y la miró con extrañeza.

—Sí, hace rato que regresé. Tú..., bueno, ya casi son las doce. ¿Tienes síntomas de resaca?

Odalyn miró el reloj en la pared. Era cierto, había despertado demasiado tarde.

—No tanto. Eh...

El tema espinoso que estuvo a punto de sacar a colación quedó en el olvido cuando el cachorro saltó del regazo de Einar para acercarse a ella; con suma concentración se rascó las costillas con la pata trasera y movió el rabo para exigir la atención de la señorita, parándose en dos patas al tiempo que emitía un gracioso aullido. Ella lo cargó y dejó que se recostara sobre sus muslos.

—Ya está creciendo —dijo el coronel, mirando el pelaje crespo del color de la miel cruda. En su interior deseó que no fuera a ser muy grande, o de verdad tendrían que buscar un lugar donde permitieran mascotas. Carraspeó antes de continuar—: ¿Quieres ir hoy a la Catedral? Creo que el parque ya nos está aburriendo a todos.

Odalyn asintió, llevando un trozo de omelette de verduras a su boca. Al masticarlo, por su mente pasó un recuerdo que parecía haberle pertenecido a otra persona, en otra vida. De hecho, ahora la comida ya no solo le resultaba tolerable, por el contrario, había aprendido a encontrarle un gusto muy particular. 

Salió de sus pensamientos cuando la silla de Hummel chirrió al friccionarse con el piso. Había querido abordar el tema en algún punto del almuerzo, pero él se veía con la intención de irse de ahí.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora