Capítulo 41

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Nicoletta, o Nina —como se había hecho llamar como precaución por si el coronel Hummel la asociaba con la única hetaira licántropo del continente—, esperó paciente en la soledad de su apartamento. Apenas vio el desorden frente a su armario y el bolso con un solo objeto faltante, supo que era cuestión de tiempo para ser confrontada; y no precisamente por Odalyn.

No le sorprendieron las pisadas que descendían en la escalera ni la cautela del hombre al internarse a su hogar. Sin embargo, lo que no se esperó fue ver por el reflejo de la ventana el cañón de la pistola que Einar apuntaba hacia ella. De inmediato, levantó las manos a la altura de su cabeza para demostrar que no tenía armas ni intenciones ocultas.

—¿Quién eres? —increpó Hummel en cuanto cerró la puerta tras de sí.

Bien, pensó la mujer mientras giraba lentamente para encararlo. No hay por qué seguir con la farsa.

—Nicoletta. Residente de la Capital, del barrio de las cortesanas.

La carencia de un apellido, así como los breves destellos de información, le dieron grandes pistas sobre la identidad de esa a quien creía conocer. Al dar un breve recorrido visual por su cuerpo, se detuvo unos segundos adicionales en la cicatriz del brazo, esa que había adjudicado a un accidente en moto.

—Así que sobreviviste.

Por supuesto que Nicoletta percibió la amenaza en la implícita continuación de aquella frase.

—No es mi intención hacerles daño, Einar. Baja el arma.

En respuesta, los dedos experimentados se aferraron más al metal.

—¿Entonces qué es lo que pretendías la última vez?

El enojo ascendió en Nicoletta, bullendo en la sangre de líder con ese instinto de no rendir cuentas de sus actos ni mucho menos de sus ciclos. Pero por otro lado, Babette la educó para no dejar florecer los sentimientos malos o, en su defecto, no dejar que la dominaran.

—Puedes matarme en este momento o podrías escucharme. Tú decides.

Las dos partes de Einar Hummel entraron en conflicto al ver la sinceridad en esos ojos cristalinos. Por un lado, el severo coronel que desconfiaba hasta de su propia sombra le decía que nada de lo que pudiera decir —si es que en primer lugar la dejaba hablar— lo podría convencer de que sus intenciones no eran dañarlos. Pero por el otro lado, la incursión de Odalyn en su vida había abierto esa puerta de sentimientos y confianza por la que no solo había pasado ella a sus anchas, sino que también lo hizo la mujer que tenía enfrente; aquella cuyo sentido del humor y personalidad le causaban gracia, con quien había entrenado por las mañanas y, sobre todo, la amiga que los había ayudado en muchos sentidos.

Tenía razón. Si sus intenciones hubieran sido herirlos, ella había dispuesto de incontables oportunidades para hacerlo, en especial con Odalyn que, después de todo, era el blanco obvio.

Al pensar en todos esos escenarios que se desglosaron con el cruel ¿y si?, un escalofrío reactivó sus alertas pese a que ya había decidido darle el beneficio de la duda.

Sus dedos picaron al dejar el objeto en la mesilla junto a la puerta.

—Te escucho —dijo cauteloso, acercándose al sillón de dos plazas en el cual se sentó con la vaga sensación de estar expuesto. Por el bien de la charla, trató de relajar la postura lo más que pudo—: ¿Por qué estás en la Tierra?

Nicoletta le dio una breve sonrisa de agradecimiento antes de responder.

—Garm me envió para vigilarlos y cuidarlos.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora