Capítulo 31

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Si había algo que Evgenia sabía apreciar, eso era un trato justo. Desde la primera vez que decidió meterse en la cama de Frey Erland —no en el sentido más estricto de la oración, por supuesto—, tuvo en mente que, más allá del placer o los sentimientos que surgieron después, su propósito era el de escalar socioeconómicamente.

¿Por qué? Eso era algo que ni ella sabía; no se encontraba en penuria ni en desgracia social. Su ducado era el más grande de todos en el Este, tenía cierta popularidad por sus conocidos modos, y lo que menos quería era compartir su libertad con alguien. Pero cuando se presentó la oportunidad de mantener una relación un tanto estable, mas no reconocida, con el príncipe Swenhaugen, la ambición de volverse reina algún día se incrustó en un rincón oscuro y frío dentro de ella.

Por tantos meses estuvo en esa nube de pletórica utopía que no fue de extrañar que el duro golpe del compromiso le lastimara en lo más hondo de su ego. Le dolió no solo ver su meta fuera de su alcance, también que no fuera cualquiera la usurpadora de quien ella consideraba como su hombre.

Bien Frey Erland pudo desposar a la enclenque hija de Rómanov o a cualquiera de las damas de posición del Este. ¡Pero no! Debía unirse a su prima que, para empeorar la situación, ni siquiera lo conocía ni sabría satisfacer sus deseos, tanto carnales como espirituales.

—¿Crees que podrías pasar a mi estudio después de la cena, querida? —preguntó Amethyst, partiendo con el tenedor un trozo de su tarta de manzana e interrumpiendo los turbios pensamientos de Evgenia—: Me gustaría tomar tus medidas para diseñarte un vestido que resalte tu belleza.

—No estás en obligación de aceptar las locuras de esta mujer —bromeó Lars Zafereilis. Estiró su mano por debajo de la mesa para acariciar la rodilla de su esposa y, como recompensa, ella le sonrió con falso hastío. Ellos, a diferencia de muchos que conocían, no necesitaban hacer gran circo de su matrimonio. Lo que importaba pasaba a puertas cerradas—. Pero si no quieres que te mire de esa forma...

—¡Papá! —intervino Theo, sonriendo por las bromas de su progenitor—: ¿Qué va...?

—Será un placer, su Majestad —interrumpió la duquesa con cierta molestia. El hecho de que el inútil del príncipe tuviera que intervenir por ella le alteraba los nervios.

Tanto Amethyst como Lars se percataron del tono insolente. Mientras este último lo dejó pasar porque comprendía con quién estaban compartiendo la mesa, la primera apretó la quijada.

Después de que Theophilus les dijera lo que el rey Kol le ofreció, los reyes del Oeste llegaron a la conclusión de que, si bien la opción no era tan buena como la misma princesa, sí era la mejor que podían conseguir dadas las circunstancias de protección con las que la duquesa contaba.

Además, no tendrían que disputarse el liderazgo porque ella sería reina consorte, el ducado en el Este pasaría a ser propiedad de Theo y, como bono, Evgenia contaba con unas caderas prominentes más favorecedoras que las de Odalyn. Las posibilidades de un heredero beneficiaban la opinión que se tenía de la señorita.

Esos aspectos estaban muy bien hasta que los labios carnosos de Evgenia se abrían para dar su filosa opinión.

—Mientras más rápido veamos lo de tu vestido —retomó Amethyst el tema—, más rápido podremos enfocarnos en las clases de etiqueta que necesitas.

La dulzura de su tono por poco engañó a Evgenia.

—¿Modales, Alteza?

Como para enfatizar su pregunta, la duquesa irguió la espalda y le dio un rápido vistazo a la forma en que sostenía el tenedor para postre y las copas frente a ella, casi intactas.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora