Capítulo 18

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La primera noche que la luna comenzó a menguar significó un gran consuelo tanto para Hummel como para Odalyn. Esta última estaba tan aliviada, después de noches de perpetua tensión, que convenció a su guardián para dar un paseo en el muelle.

Desde que había escuchado a unos turistas a la hora de la cena, alabando la vista del fiordo de Oslo al anochecer, le había dicho a Einar que debían ir, pero él siempre argumentaba lo peligroso que resultaba con la luna llena todavía en el cielo. Su excusa, no obstante, caducó en unos cuantos días y, sin otro motivo válido, aceptó llevarla a donde ella quisiera, siempre y cuando le hiciera caso cuando de su seguridad se tratara.

Fue así como aquella tarde pasaron al centro comercial que estaba cerca de la terminal del ferry, compraron un par de maletas para transportar su ropa y se abastecieron en el Coop Mega; una vez que regresaran al hotel, empacarían sus pertenencias y se trasladarían a su destino definitivo.

—¿A dónde crees que lleven esos barcos? —preguntó Odalyn, señalando con su índice la mediana embarcación que zarpaba.

Después de haber dejado las compras en el auto, fueron hasta los muelles para observar el paisaje. Las estrellas en el cielo oscuro, si bien numerosas, perdían fulgor en comparación con cada uno de los edificios cuyas luces parecían un magnífico cinturón de oro que bordeaba el fiordo. La ondulación del agua era constante, tranquilizadora.

—Podrían tener muchos destinos —le respondió Einar, sorpresivamente grato al notar los jalones de la chica.

Días atrás, cuando entraron al supermercado en Ålen y ella se había colgado de su brazo para no perderse o separarse de él, imaginó que solo había sido por el temor normal; no obstante, Odalyn lo había vuelto a hacer la tarde anterior cuando dieron una vuelta por Kristparken, hacía tres horas al pasear frente a los escaparates de Aker Brygge, y al acercarse al puerto.

La invasión a su espacio personal no le resultó tan sofocante como le hubiera parecido en otras circunstancias o con otra persona.

Al llegar al final del muelle, cerca de un farol, el hombre que estaba sentado en la banca de madera cerró su libro y se levantó con parsimonia. Algo debió ver en ellos porque, con franca amabilidad, sonrió y murmuró:

God natt!

God natt —respondió Hummel, mientras Odalyn sonreía al señor.

Ambos se dirigieron a la banca, en mutuo y silencioso acuerdo. A su izquierda podían admirar lo pacífico de los alrededores de la fortaleza de Akershus y el cementerio, en comparación con la implícita bulla del barrio Aker Brygge si volteaban a la derecha. Y justo enfrente, el agua profunda y negra que se mecía con un vaivén que hipnotizaba.

—¿Qué piensas de ellos? —preguntó Landvik, entrelazando los dedos y posando sus manos sobre su regazo. Cuando Einar aguzó la mirada, especificó—: De los terrestres, quiero decir.

Un velero apenas iluminado apareció a varios metros de distancia. Por la dirección de su curso, quizá llegaría al muelle de al lado.

—Creo que desperdician su potencial —susurró con un ínfimo tono de cólera—. Ellos no quieren ver las grandes cosas que pueden lograr. No solo están matando a sus hermanos, sino también a ellos mismos. Hay guerras, se pelean por los recursos solo para desperdiciarlos y, en pocas palabras, están acabando con su hogar y no les importa.

"En general, no me agradan. En su egoísmo son tan primitivos que limitan su propia grandeza.

Odalyn meditó el peso y significado de las palabras hasta que estuvo convencida de lo que quería expresar.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora