Capítulo 08

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Para cuando Frey Erland salió de su exilio autoimpuesto, la tupida barba le había crecido casi tanto como la incertidumbre de lo que realmente pasaba en su mundo. La preocupación inició cuando, sin querer, Theophilus comentó algo por lo que hasta el momento no se había interesado.

Desde que tuvo conciencia, supo que un día sería el regente de su reino. El oficio de su familia se le heredaría y no tenía ningún conflicto con ser rey, puesto que estaría por encima de casi todos; claro que, si se enfocaba solo en los aspectos positivos, por supuesto que ni la persona más quisquillosa se opondría. No obstante, de súbito parecía que ya nada era como creía.

¿Cuál era el punto de comparación entre discusiones con el Consejo e inclusive discrepancias con los representantes de la Vieja Tierra, y una posible revolución que quizá involucrara otras especies que no tenían humanidad como ellos? ¿Qué tanto conocía a su propio padre? ¿Sería capaz de aliarse con quienes no tenían voz ni voto en el continente solo porque ellos manejaban fuerza antes que raciocinio?

Él bien sabía que la dolencia mental de Garm a veces lo orillaba a acciones y pensamientos errantes, que tenía rencores ocultos, pero en todo el tiempo que llevaba como soberano se había destacado por su inmaculada aptitud.

Dispuesto a hablar con él, de hombre a hombre, y con la responsabilidad que conllevaba cuidar su espalda en dado caso que planeara algo en contra del gobierno, fue a la Sala de Audiencias. Los centinelas que flanqueaban las puertas cruzaron las relucientes alabardas frente su cara; ni siquiera se molestaron en mirarlo de soslayo cuando el Príncipe bufó.

Baldessare salió de su propia oficina para intervenir .

—Alteza —saludó demasiado cordial—, su padre solicita que no lo molesten por el momento. Podrá disponer de su tiempo cuando haya terminado con su visita.

—¿Quién vino a verlo?

La cara estoica del asistente no reveló nada.

—No lo sé, es una audiencia confidencial —respondió sereno. Pero claro que lo sabía porque Baldessare era el primer y único filtro por el que debían pasar todos para tener un encuentro con Garm—. Si necesita algo, yo podría ayudarlo.

Frey Erland asintió como si le diera igual.

—Solo quiero leer la versión oficial del ataque perpetrado contra el rey y la princesa Landvik. Ya sabes, lo que quedó escrito para el registro privado.

Baldessare asintió sin reservas ni sospecha y le dio un estimado del tiempo que le tomaría conseguir una copia del documento. Como el joven Swenhaugen no era estúpido, entendió la sutil forma en que era echado de ahí; dio media vuelta y se retiró lo suficiente para no ser visto, aunque deambuló a las afueras del ala administrativa para ver cuando el invitado saliera.

Tras una hora, convencido de que el invitado era falso, o bien lo habían sacado por la puerta secreta por alguna razón en la que no quería divagar, intentó de nueva cuenta ver a su padre. Para ese entonces, más sosegado, y hasta cierto punto fastidiado, ya había perdido un poco de interés. De cualquier modo, prefería leer antes el informe; y dependiendo de eso, lo abordaría de la mejor forma que encontrase.

En uno de los pasillos se encontró a la visita y a su comitiva de despedida. Era una mujer que por su apariencia quizá fuera del Oeste. Era alta, más del promedio; su piel ligeramente bronceada resaltaba con ese cabello claro de aspecto desaliñado; la recta y larga nariz destacaba en esa cara de huesos angulosos en la que dos luceros azules fingían aburrimiento. Miraba sin mirar.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora