El día que Nicoletta tomó la decisión de por fin concretar los planes que tenía con Massimo, resultó ser la fecha límite que el Universo le daba para escapar al destino que le había sido otorgado al nacer.
Esa mañana abrió las fauces en un satisfecho bostezo que hizo que el lobo junto a ella levantara la cabeza, curioso y galante. Al notarla cansada, Adolfo le lamió la oreja peluda, a lo que Nicoletta respondió con un sonido que lo tranquilizó y lo instó a dormir.
Justo dos días atrás se había practicado el ritual de apareamiento; todos los machos en situación para reclamar la posición de beta habían hecho su intento, solo hacía falta esperar a que la naturaleza hiciera su magia. Y aunque la mayoría había vuelto a su rutina, en la que dejaban en paz a la nueva y joven alfa, Adolfo permaneció con ella porque hacía más de medio año que habían iniciado una relación.
La quería más de lo que los pretendientes a beta la apreciarían en caso de ser triunfadores. Pero así como Adolfo la adoraba, su afecto no se comparaba con el deseo de que sus descendientes crecieran en el útero de la líder.
Y aparte de ambicioso, también era sagaz.
La reproducción entre lobos rara vez presentaba dificultades porque no existía la infertilidad como tal; más bien, la incompatibilidad genética. La funcionalidad de la naturaleza al crear otro licántropo se basaba en la certeza de engendrar un ser perfecto y fuerte; el código hereditario de los alfa, en especial, no congeniaba con cualquiera y eso podía explicar que hasta el momento Nicoletta no hubiera quedado preñada.
Pero él no era cualquiera. Estaba seguro de que podría lograr su objetivo si tan solo pudiera vencer ese obstáculo que sabía que existía, oculto y a simple vista. Y aunque no estaba seguro de qué era lo que impedía su éxito, apostaba por un error en los cálculos. Pese al olor de la alfa, quizá no estaban haciendo el ritual el día correcto.
La había cortejado con intención de poner a prueba su teoría, y ya habían pasado tres días continuos de intentarlo, justo desde que había notado el cambio de feromonas de la loba.
Satisfecho por el acto consumado, empujó con su nariz el cuello de Nicoletta, exhaló el aire caliente, revolviendo su pelaje del color de la arena, y se acurrucó junto a ella bajo las sombras de aquel bosquecillo de álamos.
No, no la amaba; pero sí la quería, pensó vagamente, dejándose vencer por el cansancio.
***
Al mediodía se acercó sigilosa al escondite donde guardaba el pequeño morralito repleto de semillas de papaya. Con los colmillos intentó abrirlo, ayudándose de sus garras que, para un objeto tan pequeño, resultaban inútiles.
En realidad, Nicoletta pudo irse apenas despertó de la siesta que había tomado. No obstante, antes de desaparecer debía deshacerse de cualquier evidencia que pudiera provocar sospechas e incriminar a la familia que dejaba en la isla.
Las semillas salieron disparadas cuando el filo de sus caninos rasgó la tela. Estaba tan distraída por la adrenalina de la huida que no lo notó; no se percató de aquella sensación empoderada que surgía cuando uno de su especie estaba tan cerca que ella, como dirigente, expelía de forma inconsciente para recordar que nadie estaba por encima de su posición.
¿Qué haces, Nicky? Inquirió con ese lenguaje propio de su especie.
El pelaje del lomo de la loba se erizó.
¡Vete de aquí, Adolfo! El pensamiento se acompañó de un gruñido altanero.
Nadie habría podido decir qué hubiera sucedido si el efluvio humano proveniente de la bolsita y las semillas no hubiera sido percibido por la fina nariz que lo distinguió por encima de la tierra removida, la saliva de Nicoletta y la orina seca. Había tantas opciones posibles, pero ninguna probable porque algo en el instinto básico de Adolfo le indicó que ahí estaba su hilo de recelo.
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Hessdalen: Exilio
FantasyTras ver su vida en peligro, Var Aneeta Odalyn Landvik, heredera del reino del Norte, es exiliada de su natal Hessdalen. No le queda otra opción que cruzar el portal que la llevará a un mundo del que su gente se alejó muchos años atrás. En compañía...