Capítulo 14

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Un pájaro hizo que Nicoletta despertara. Cuando el zorzal trató de llevarse una lombriz que se escabullía entre los cabellos despeinados, unas cuantas hebras, que quedaron atrapadas en el pico, fueron jaladas cuando el ave alzó el vuelo.

Confundida y adolorida, intentó hacer un recuento de todos esos músculos que sentía en carne viva, pero entre las nubes de la inconsciencia, se dijo que sería mejor enlistar aquellos que no le suponían grandes dolencias; sería más fácil.

Ni siquiera tuvo que abrir los ojos para saber que su estado era bastante crítico. Pocos centímetros de su piel desnuda se habían librado de algún rasguño, moretón o raspón profundo. Además, aparte de los golpes de la lucha, habían utilizado armas contra ella; no obstante, aunque se había movido a tiempo en cada disparo para esquivarlos, el primero rozó contra su pata delantera, haciendo un corte que aún le dolía.

Aun así, una parte de ella se sintió revitalizada. Desde que dejó a su gente para ir a buscar una mejor vida en el continente, no había tenido que pasar por el doloroso proceso de transformación.

En Hessdalen, el cambio era deliberado. Cualquiera que fuese la maldición de los licántropos, se asociaba a la luna llena; sin embargo, allá no existía dicho satélite y todo se resumía en la voluntad de permanecer en una forma u otra. Claro que ellos preferían quedarse como bestias por las cuestiones prácticas; a falta de muchos servicios básicos, el lado animal podía tolerar más incomodidades que el frágil cuerpo humano.

Pero más allá de eso, de la energía liberada y la súbita sensación de poder al notar la potencia de sus músculos, garras y fauces, volver a ingerir un buen trozo de carne fresca le había recordado su magnífica y sabia naturaleza.

Con un suspiro más, abrió los ojos y se incorporó. Lo que más le urgía era encontrar una fuente de agua para limpiar el desastre de su cuerpo y algo con lo cual cubrirse; luego debía hallar la madriguera en la que escondió su preciado equipaje y que apenas si pudo resguardar cuando las exigencias de su organismo reaccionaron a la luminosa esfera del cielo.

Una vez de pie, Nicoletta aguzó el oído para escuchar los sonidos provenientes de su alrededor; exceptuando a las aves cantoras y algunos mamíferos a distancia considerable que no se le acercaban por el temor nato de las presas, todo estaba en paz.

La brisa, por otro lado, le llevó el efluvio cálido de los comienzos de la putrefacción; sin importarle su apariencia o el daño que el terreno le ocasionaba a sus plantas, lo siguió entre los árboles y helechos, hasta que salió al claro de sus recuerdos y vio ante ella la casa que había invadido a mitad de la noche.

La escena le pareció extraña; las ventanas rotas, la puerta destrozada y un vehículo abandonado no se veían tan mal en comparación con los cuerpos que yacían en el piso de la sala. Había sangre por doquier y partes desmembradas.

Sin poder evitarlo, Nicoletta se arrodilló junto a un hombre corpulento y le acarició el rostro maltrecho; sus propias garras habían ocasionado la deformidad que, probablemente, le arrebataron la vida. Tras articular una sentida disculpa, se llevó los dedos a la boca y los lamió con deleite, regocijándose con la abundancia de la que se vio privada al someterse a la, según ella, insípida dieta de los humanos.

Como no sabía si alguien iría a buscar a los terrestres, se apresuró para asearse en el sanitario y, de paso, buscar ropa. Mientras se duchaba, pensó en todos los obstáculos que encontraría en ese sitio; la licantropía, ciertamente, sería el mayor de todos, y aunque le habían sido entregadas las dosis de acónito, en ese mundo sólo le servirían para mantenerla dócil debido a los efectos que la aconitina producía en el sistema neuromotor cuando sucedía el cambio.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora