Capítulo 01

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El palacio de las Tierras del Sur marca la línea divisoria entre las tierras de libre acceso y las prohibidas para los habitantes de ese reino. Más allá de los campos que están del lado restringido de la valla, las escarpadas montañas protegen un claro de un par de kilómetros de diámetro cuya existencia se ha mantenido oculta por los secretos que guarda.

El rey Garm, soberano de dicho territorio, ya aguardaba en la entrada oficial de la muralla que se había construido delante de las montañas. Su semblante imperturbable no se alteró ni al notar la nula seguridad que acompañaba a sus invitados. A su lado, su único heredero irguió la espalda con pose gallarda.

—¡Kol, viejo amigo! —saludó con la barbilla levantada, dando un paso por delante para recibir a sus futuros aliados—. ¡Buenos y trágicos eventos han reunido a dos de los más ancestrales linajes! ¡Mis felicitaciones y mi pesar!

Kol Landvik, rey del Norte, acortó la distancia que aún los separaba para darle un breve apretón que tuvo la intención de ser un abrazo.

—Gracias por hacer esto por mí, Garm. Estaré en deuda de por vida —le respondió en tanto fraguaba una lucha corporal para honrar a su amigo con una reverencia que se quedó a medias por el dolor crónico de su espalda baja—. Es mi honor presentarles a mi hija, Var Aneeta Odalyn Landvik, princesa del Norte, actual heredera de las tierras fértiles cuyas cosechas se distribuyen por todo Hessdalen.

Tanto el Rey como el Príncipe, así como la Guardia Real a los flancos, hicieron una reverencia a la chica del cabello blanco.

—Frey Erland Swenhaugen —se presentó por sí mismo el hijo de Garm, con la mano izquierda detrás de su espalda y la derecha sosteniendo la empuñadura de su espada—, primogénito de Su Excelencia, Aron Garm Swenhaugen, rey de las Tierras del Sur y amo y custodio de las puertas de La Vieja Tierra. Capitán del tercer regimiento de las Fuerzas Armadas de Hessdalen que se pone a sus órdenes, Alteza.

La princesa Landvik, tras recibir un asentimiento seco por parte de su padre, extendió su mano, apenas sosteniendo un pañuelo que tuvo que bordar ella misma con la llegada de su primer sangrado. El joven Swenhaugen, con la seguridad de ejecutar una acción por demás ensayada, tomó la mano de quien sería su esposa y la llevó a sus labios, como confirmación de que estaría dispuesto a aceptarla como compañera eterna. Aquel gesto duró apenas lo necesario, provocando un escalofrío de mal augurio en la chica, que no encontró la calidez que ella esperó por parte del hombre con quien compartiría el resto de su vida.

Una vez satisfecho el protocolo, Garm prosiguió con indiferencia:

—¿Coronel Hummel? —dijo con voz imperiosa. Ante su orden, un hombre bastante alto, y más serio que el mismo Príncipe, dio un paso al frente—. ¡Preséntese!

—No es necesario —intervino Kol Landvik—. Mientras menos sepa, menos puntos débiles tendré. No quiero importunar, caballeros, pero será mejor que no dilatemos los planes.

Con un asentimiento del Coronel, las pesadas puertas se abrieron. Justo al otro lado, un vehículo blindado aguardaba con los faros encendidos; mientras Hummel y otro guardia ocupaban los asientos frontales, los cuatro miembros de la realeza se fueron en los traseros.

—Estará en las mejores manos, Kol. —La voz rasposa del mayor de los Swenhaugen retumbó en el silencio del auto—. Sujetos como Hummel han sido bien entrenados.

Ese comentario, así como la respuesta, parecieron pasar desapercibidos por Frey Erland, quien miraba la nuca de su progenitor con discreta apatía. Tal era su abstracción, que incluso ignoró a los ojos curiosos que trataban de descubrir los secretos ocultos en sus duras facciones.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora