Capítulo 26

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Si bien Odalyn y Hummel no hablaron del inocente contacto que compartieron aquella noche a media luz, el pequeño gesto fue otra barrera invisible que caía.

La princesa fue quien descubrió el mecanismo de funcionamiento de aquella extraña relación; si quería acercarse al coronel, debía hacerlo con pasos lentos para no asustarlo. Él, al igual que ella, también se sentía hechizado por esa embelesadora y naciente atracción; solo que sus límites eran tan rígidos que, en cuanto cruzaba uno, parecía castigarse a sí mismo como si de una descarga eléctrica autoinflingida se tratase.

Fue tres días después de aquel episodio, cuando sacaron a pasear al cachorro y lo llevaron al parque Frogner para que conviviera con más individuos de su especie, que Odalyn, cautivada por la sonrisa de Einar al ver que el perro corría tras un pato en amistosa persecución, que quiso traspasar todas las barreras existentes entre ellos.

Ni el astro rey podía arrancar de su cabello tonos más claros que el intenso castaño, sus hombros se veían relajados y su postura era la de cualquier persona que disfruta de una mañana de ocio. Ya poco recordaba del coronel y su aseado uniforme, casi tan impecable como su expresión estoica.

De hecho, al ver su propia sombra plasmada en el pasto verde, pensó que tampoco quedaba mucho de Var Aneeta Odalyn Landvik y la imagen que presentaba ante quienes no estuvieran en su círculo de confianza. O quizá era que Hummel ya entraba en esa categoría.

Admiró, discreta, el color de sus piernas bajo el sol y pensó en la impresión que podrían causarle a Einar. ¿Él se fijaría en su cuerpo de la misma forma que ella admiraba el suyo?

La atracción, según pensó, era demasiado compleja. Después de mucho meditar, no pudo llegar a una conclusión definitiva; no descubrió por qué quería lucir deseable para Einar o por qué nunca quiso hacerlo para Theo. Aunque, claro está, con este último jamás había experimentado ni los nervios de verse descubierta al observarlo detenidamente, y mucho menos el agradable cosquilleo cuando sus pieles estaban en contacto. De hecho, y si era sincera consigo misma, sentía más excitación sexual con un ínfimo roce de Hummel, que con los atrevidos manoseos de su amigo.

—¿En qué piensas? —preguntó Einar. No era su estilo indagar en los pensamientos ajenos, pero desde hacía rato la había visto absorta en un mar de confusión.

—¡En nada! —Aparte de sonar ansiosa, su rostro se tornó carmesí. Como sabía que a nadie engañaría, carraspeó y trató de corregir su error—: Bueno, en realidad..., pensaba en Theo. Ya sabes, Theo Zafereilis.

Einar Hummel asintió serio. Sabía quién era él y que, de no haber cambiado el rumbo de acontecimientos, el muchacho en un futuro habría sido el esposo de Odalyn. El término le pareció de mal gusto pese a que se había propuesto dejar en el olvido cualquier tipo de atracción que sintiera por la princesa.

—¿Lo querías?

—Sí, bueno, lo quiero —aclaró reflexiva. Luego, como si estuviera obligada a explicarse, prosiguió—: Es mi mejor amigo. Nos conocemos desde que fuimos niños y... Tal vez nunca lo habría amado con locura, ¿sabes? Sin embargo, su cariño era como un bálsamo reconfortante; podía hablar de cualquier cosa con él y, claro, para un matrimonio habría querido más que eso, pero...

Concluyó la frase con un natural movimiento de hombros.

—¿Más que eso? —indagó Hummel, dejando salir el aire que no sabía que tenía acumulado.

—No sé qué concepto tienes tú del amor, Einar, pero yo me imaginaba fuegos artificiales, mariposas en el estómago...

La risa que el coronel emitió no fue de burla, sino de tierna comprensión.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora