Capítulo 38

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Odalyn despertó a mitad de la noche con un sobresalto que también alertó a Hummel. Aun rodeada de esos brazos fuertes que le aseguraban protección, sintió un escalofrío que le recorrió la columna. Sabía que algo estaba mal, pero no podía identificar si era la sensación provocada por el sueño que no podía recordar, o si algo de la realidad le había dado esa impresión mientras estaba dormida.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Einar. El susurro ronco apenas si se entendió al verse ahogado por el cabello de la señorita. La percibió perturbada y un tanto temerosa—: Estás a salvo, cielo.

—Lo sé. Es solo que... —La neblina de su preocupación se desvaneció etérea—: ¿Cómo me dijiste?

Ella lo había escuchado a la perfección y él lo sabía.

—¿Te molesta? —Preguntó, súbitamente tenso. ¿Era demasiado pronto para apelativos cariñosos?

No respondió; en cambio, giró para que quedaran frente a frente. Mera formalidad porque no podían verse en esa noche de luna nueva.

Al encontrar un hueco debajo de la barbilla en el que podía acomodar su rostro y aspirar la esencia masculina que emanaba el coronel, parte del inexplicable temor volvió a ascender.

Para no verse abandonada por la satisfacción que sintió al escuchar esa inocente palabra, buscó más refugio. Enredó sus piernas desnudas con las de él y se aferró al torso tibio como si en cualquier momento fuera a perder el contacto.

Por su parte, Einar le permitió que lo tocara a su antojo hasta que encontrara un sitio cómodo. Cada noche solía intentar varias posiciones hasta que por fin se quedaba quieta, solo entonces la abrazaba y ambos dormían.

Había ocasiones, como esa madrugada en particular, en la que la necesidad de contacto de Odalyn desencadenaba en él reacciones corporales por completo justificadas. Y aunque al principio eso le causó gran bochorno, estaban llegando a un punto de la relación en la que eso ya lo tomaban con naturalidad. Después de todo, sentir deseo por el otro no era malo; solo que existía la abismal diferencia de que, mientras en uno de ellos se notaba a simple vista —o roce—, la otra debía expresarlo con palabras, sonidos, movimientos sugerentes y ciertos cambios en su ropa para dormir.

—¿Fue una pesadilla? —le preguntó con los labios pegados a su frente.

En su interior rogó para que Odalyn le contara con lujo de detalle, así podría distraerse del recuerdo que tenía de su novia saliendo del baño con ese pijama de short antes de meterse a la cama.

—¿Me creerías si te digo que no lo sé?

—Sabes que sí lo haría.

—No creo que lo haya sido. Solo..., fue una punzada de angustia.

Así como Odalyn besó la frente del coronel aquella noche a orillas del lago, él también lo hizo para alejar cualquier tipo de preocupación.

El silencio los envolvió por varios minutos. Aún era temprano, quizás la una o dos de la madrugada; no obstante, ya no se sentían cansados, ya fuera por el regusto del despertar abrupto o por las caricias que habían comenzado a intercambiar debajo de las sábanas.

—¿Cuándo crees que tendremos que regresar a Hessdalen? —preguntó ella como si tal cosa.

—¿Por qué?

—No, por nada.

Entonces, se deshizo del abrazo y giró para darle la espalda. Ni siquiera entraba un débil haz por el tragaluz, pero Einar no lo necesitaba para saber que la señorita se había enfurruñado. De hecho, en su mente la podía imaginar con claridad, con su ceño fruncido y los labios un par de milímetros torcidos. Le había aprendido esa expresión de los primeros días que convivieron en la aldea, e incluso en ese entonces le había parecido un puchero bastante enternecedor.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora