Capítulo 24

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El Vikingskipshuset alberga tres barcos vikingos: el Gokstad, el Tune y el Oseberg. Este último, descubierto por primera vez en 1904, permanecía suspendido en medio de una de las salas sobre delgados soportes metálicos pese a que lucía en extremo pesado.

Las voces de todos los turistas creaban un coro profundo cuyo eco reverberaba potente hasta los techos abovedados. Era una mezcla gutural y agresiva que resultaba tranquilizadora dentro de esa amplia estancia de paredes claras.

—Son agradables, ¿no? —le peguntó Odalyn a su guardián. Hummel, que fascinado miraba la elegante construcción de roble de veintidós metros de largo, volteó a verla con el ceño fruncido—. Los amigos de Nina, quiero decir.

—Sí, supongo que sí. No se comportan de acuerdo a su edad, pero...

Los miraron. Aunque todos, excepto Odalyn, rondaban entre los veintisiete y los treinta y cuatro años, parecía que eran más jóvenes porque sus actitudes eran bromistas y bastante escandalosas.

Finn, el sujeto que había prestado la camioneta, se acercó a ellos con su brazo rodeando los hombros de su novia, Britt. Los dos eran, junto con Nina y Grethe —la hermana de Olav—, los más entusiastas; durante el camino hacia la bahía trataron de hacer sentir cómodos a los nuevos integrantes con anécdotas y bromas ligeras.

—¿Tienen planes para la tarde? —les preguntó Nina, uniéndose a la comitiva.

—Eso es una impertinencia —alegó Finn con tono bromista, pero dejando entrever cierta molestia—: Quizás tenían una cita romántica y ustedes lo están arruinando. Al menos a ellos les están dando la opción de negars... ¡Ouch!

—¡Ya deja de quejarte! —le dijo Britt, sobando el mismo lugar donde había pellizcado a su novio—. ¡Será divertido! —Tras el reproche, se dirigió a Odalyn y Hummel—: Olav quiere ir a patinar sobre hielo, ¿qué dicen?

—¡La pista ni siquiera está en funcionamiento! —contraatacó Finn—. ¡Ja! ¿Ven? ¡Ellos sí tenían planeado algo! Odalyn se puso roja.

Nina, que notó la incomodidad de sus vecinos, decidió intervenir:

—Ya no seas pesado. Si quieres no vayas, pero Britt sí se anotó.

—¡Ya encontramos una! —Grethe, su hermano y Magnus, un noruego alto, fornido rubio y colorado, se unieron al grupo con regocijo. La chica les mostró su teléfono celular al tiempo que seguía explicando—: Está a las afueras del centro y solo cobran ciento veinte coronas por tiempo ilimitado. Yo digo que está muy bien.

Olav habría querido ir a la pista del parque. Había visto fotos por internet y era una de sus fantasías antes de regresar a su natal Suecia. El único inconveniente era que la pista era temporal y solo estaba en funcionamiento durante el invierno; entonces Grethe, para no decepcionar a su hermano durante su primera visita a Oslo, buscó más opciones.

Una vez que todos aceptaron ir al siguiente destino, siguieron recorriendo el museo, cada vez más atestado. El último barco que vieron fue el Tune, que a diferencia de los otros dos, no causó gran emoción porque estaba bastante maltrecho. Luego se entretuvieron viendo los objetos encontrados dentro de los mismos barcos: baúles, trineos y objetos domésticos expuestos en vitrinas; y por último pasaron a la tienda de recuerdos en la que Olav compró varias tazas, bolígrafos y figuras decorativas.

Antes de volver a la camioneta, pasaron un rato a las afueras del museo, sentados en el pasto mientras comían un aperitivo dulce que había preparado Nina. Todos, sin excepción, alabaron las naranjas rellenas que había llevado en una hielera pequeña.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora