Parte 27

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Miraba a través de la ventana del auto a la gente que caminaba por las atestadas calles de Nueva York cuando sentí un ligero apretón en la mano derecha que desencadenó una oleada de sensaciones en cada célula de mi cuerpo, mis ojos buscaron a la única persona en este mundo capaz de erizar mi piel con tan solo un roce, mi mirada vagó hasta encontrarla sentada junto a mí, con su mano entrelazada a la mía.

Sus esmeraldas se clavaron en mis ojos con vehemencia y hablamos un lenguaje que solo era nuestro; logré ver varias cosas como si estuvieran escritas en sus ojos: incertidumbre, ansiedad, temor, incredulidad y alegría. Sonrío tenuemente y yo la imité al instante.

El silencio era abrumador y se sentía más pesado en aquel pequeño espacio, quise romperlo haciendo alguna pregunta casual, pero no me atreví, ¿de qué serviría?

Vi a cada uno de los ocupantes del automóvil y todos tenían la misma expresión de incertidumbre disimulada con el entrecejo ligeramente arrugado. Si alguien nos hubiera tomado una fotografía estoy seguro que todos luciríamos igual, incluso el chofer que de cuando en cuando miraba por el retrovisor tenía la misma mirada.

La zona financiera pronto estuvo frente a nosotros y luego de cruzar tres calles el carro viró a la izquierda, donde se estacionó frente a un elegante edificio. Levanté la vista y confirmé que era uno de los juzgados.

La gente estaba saliendo y la puerta ya estaba cerrada. Respiré hondo sabiendo que era en vano hacerme ilusiones, el juez no nos atendería. Miré de reojo a Candy y pude ver reflejado en su rostro mi angustia. En cuanto mi padre se bajó del auto Albert nos miró.

-Todo va a salir bien, chicos.

Hice un asentimiento de cabeza.

Pasaron unos cuantos minutos antes de que el duque regresara y nos pidiera que lo acompañáramos.

El guardia nos miró algo receloso antes de dejarnos pasar. Seguimos en silencio mientras subíamos al tercer piso.

Un vestíbulo enorme de madera se abrió ante nuestros ojos. En el fondo estaba una mujer de mediana edad tras de un escritorio. Sus ojos se posaron en nosotros y sonrió amablemente.

-Duque de Grandchester, sea usted bienvenido.

Era obvio que él había estado antes en este lugar.

La secretaria nos invitó a sentarnos mientras ella se perdía tras la puerta a sus espaldas. No demoró mucho y enseguida nos invitó a entrar. Pude ver como su mirada se posaba con interés sobre Albert, pero él no se percató de este gesto y entró junto con nosotros.

El despacho del juez tenía el mismo estilo del vestíbulo, la elegancia y el poder se apreciaba en cada detalle. Bajo aquellos lentes gruesos, pude reconocer a un hombre conocido.

Busqué en los archivos de mi memoria y supe que lo conocía o al menos que lo había visto antes, seguro cuando aun su pelo no pintaba tantas canas. En seguida los dos hombres se unieron en un abrazo fraternal, era raro ver al duque demostrar cariño por alguien. Esto solo era la muestra que toda regla tiene una excepción.

-Seguro recuerdas a mi hijo Terruce – me presentó solemne

-Terruce, cuanto has crecido, te has vuelto todo un hombre. – me tendió la mano y su fuerte apretón de manos me reveló que era un hombre sincero.

-Mucho gusto Dr. Lebitz – saludé, pero no porque me acordara de su nombre, sino porque leí su título y su apellido en un letrero negro con letras blancas sobre su escritorio.

Los apretones de manos iban y venían, no sabía si este hombre sabía a lo que veníamos o si recién el duque le iba a poner al tanto.

-Bien Robert, ya sabes porque estamos aquí. – el duque como siempre iba directo al grano.

Rompiendo la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora