Parte 28

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ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escenas no aptas para menores de edad.

Subimos las escaleras con mucho cuidado de no hacer  ruido, casi en puntillas como dos ladrones; habíamos ido a dejar a  Albert en la estación con las justas, ahora él estaba camino a Chicago  para enfrentar su nueva vida.

Habíamos salido  del departamento siendo solo novios y ahora regresábamos como marido y  mujer, era simplemente perfecto, ¿qué más podía pedir?, ¿nada?

  Mentira, sabía que había algo más sin duda, la sola idea me hizo  estremecer de arriba abajo con tanta fuerza que me quedé turbado por  unos cuantos segundos, quería, mejor dicho, ansiaba que se quedara  conmigo, pero no sabía cómo pedírselo, era mejor no hacerme ilusiones en  algo tan descabellado.

Busqué las llaves en el  bolsillo y las puse en la cerradura con relativa calma, fue entonces que  una idea cruzó por mi mente, total ya era mi esposa y lo que pensaba  hacer, era una tradición.

Empuñé la cerradura y abrí la puerta, Candy  quiso entrar pero la detuve.

-Espera un poco – hablé en susurros.

-¿Qué  haces Terry? – preguntó sorprendida en el mismo tono de voz mientras la  levantaba en mis brazos para cruzar juntos el umbral.

Cerré  la puerta a mis espaldas con un suave puntapié. La idea inicial, que  ella se quedara, tomó fuerza con este contacto, la tenía en mis  brazos y lo que menos quería, era dejarla y mucho menos para llevarla a  un hotel. En eso habíamos quedado al regresar, que iríamos por su maleta  al departamento para llevarla a un hotel. Pero ahora ya no la dejaría  ir, por nada del mundo.

Quiso bajarse en cuanto  cerré la puerta pero no la dejé, entonces se estiró un poco para  encender la luz, mientras los dos soltábamos risillas nerviosas, por los  movimientos algo torpes que teníamos en esa posición.

Cuando  la luz llenó todo el lugar pude verla tan cerca de mí que estaba seguro  que ella podía sentir el palpitar de mi corazón, ni siquiera me  incomodaba tenerla en mis brazos, giré un par de veces como si fuera un  carrusel mientras ella reía, aferrándose a mi cuello para que no la  soltara.

Me detuve un poco para mirarla con  amor, posesión, profundidad, mientras sus ojos me desvelaban un brillo  que jamás había visto, pero que era opacado por la indecisión.

La  puse suavemente en el suelo mientras sentía que su lejanía me helaba.  Ella se arregló el vestido de inmediato con nerviosismo, esquivándome la  mirada, pero era tarde, yo había visto el deseo en sus ojos.

El  silencio de la noche nos envolvió, solo nuestra respiración era lo  único que podíamos escuchar. Era imposible dejar de mirarla, necesitaba  comprender cada uno de sus movimientos, precisaba tener una pista más  certera que me decidiera a dar el siguiente paso.

Cada  segundo que pasaba hacía que el deseo que me sofocaba se volviera más  fuerte, no sabía cómo pedirle que se quedara conmigo la noche entera,  que no se marchara, pero la amaba tanto que estaba seguro que era capaz  de dejarla marchar si ese era su deseo.

Opté por no hablar, pero ella tampoco lo hacía, algo raro, pero muy estimulante.

Un  paso me acercó a ella para tocarle el rostro con los dedos, este toque  era diferente porque ahora tocaba a mi mujer y mi cuerpo lo sabía, cada  neurona, cada poro, cada célula lo sabía.

Me  incliné un poco, mientras sentía como ella se estremecía con este gesto.  Mi nariz rozó sutilmente la suya y su aroma quemó mis sentidos, pero  ahora fueron sus labios los que buscaron a los míos.

Rompiendo la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora