Parte 39

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El motor del auto rugía con fuerza, mientras pisaba hasta el fondo el acelerador. Pero, por más que lo presionaba, parecía ir en cámara lenta.

Si tan solo pudiera volar, lo haría, en este momento, no me caería nada mal tener un par de alas.

Apenas y me detenía en las esquinas tratando de no perder ni un segundo, la angustia que tenía en el pecho me apremiaba y casi no me dejaba respirar. Mi único objetivo, era romper la distancia que había entre nosotros.

Estos días los había vivido por vivir, totalmente desmotivado. Necesitaba arrancarme la sensación de fragilidad que me producía estar lejos de ella.

Las llantas rechinaron con resentimiento cuando me detuve frente a la casa de Eleonor.

Bajé como alma que lleva el diablo directo a la puerta. Necesitaba ver a mi ángel blanco y pedirle perdón de rodillas por ser un idiota declarado. Ni siquiera me detuve para golpear la puerta, me limité a abrirla con fuerza, con la esperanza de encontrarla en el mismo lugar que la había dejado hace poco. Al diablo con la cortesía.

-¡Candy! – grité

Escuché unos tacos descender por la escalera, mis ojos se posaron con zozobra esperando ver los vuelos de su vestido. Tragué seco sin saber cómo iba a empezar mi disculpa, pero todo se vino abajo cuando vi con gran decepción, que era mi madre la que bajaba a prisa por la escalera. Demonios.

-¿Dónde está Candy? – pregunté desesperado

-Debe estar en su cuarto – señaló mi madre - ¿Pasa algo?

-Necesito hablar con ella. - aseguré

-La Señorita Candy, no está – dijo la voz de la mucama a mi costado mientras mi corazón se detenía en seco.

Giré hacia ella exigiendo con los ojos una explicación. Tuve el presentimiento que la estaba negando. Tal vez por pedido de la misma Candy, sentí un apretón en el estómago. Estaban muy equivocadas, si pensaban que me iba a creer ese cuento.

-Ella salió casi detrás de usted, joven. Solo tomó un paraguas y salió corriendo – dijo nerviosa.

Mi corazón bajó su ritmo cardiaco. Miles de cosas empezaron a bombardearme la mente, me sentí ligeramente mareado.

-¿Cómo? – preguntó Eleonor totalmente sorprendida - ¿Estás segura que no está en su habitación?

-Si señora, acabo de bajar de la habitación de la señorita, y ella aun no regresa.

Eleonor y yo intercambiamos miradas de preocupación.

-¿Qué pasó Terry? – su voz no pudo disimular el reclamo que brotaba en cada palabra

-Discutimos y..., y yo me fui enojado, por eso regresé. – la culpa se notaba en cada palabra que decía.

Me reprochó con la mirada, abrió la boca, pero la volvió a cerrar viendo mi rostro afligido y optó por mirarme con resignación.

-¿Dijo a donde iba? – le preguntó a la mucama.

-No, señora. Apenas y la vi salir. – agachó la cabeza con disculpa.

-Pasé una mano por mi pelo que estaba húmedo por la lluvia, tratando de ver con claridad las cosas.

-¿A dónde pudo haber ido? – meditó mi madre

-Seguro lo fue a buscar, joven. – aseguró incomoda y preocupada la mucama.

-Tal vez fue al teatro...- señaló Eleonor.

-La voy a buscar allá. – aseguré

-¿Y si no está ahí? – la voz de Eleonor dejó ver la angustia que la embargaba

Rompiendo la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora