Parte 31

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El paisaje estaba cubierto por una bruma plateada, que apenas me dejaba ver a un par de metros a la redonda. Un frío punzante envolvía todo el ambiente. Estaba seguro que pronto nevaría. La bufanda apenas impedía que el frío se me clavara en el rostro como agujas en la piel. La arreglé brevemente y el suave perfume que se desprendió me llevó hace un par de horas atrás...

"...

-Cierra tus ojos – le había pedido mientras sacaba las llaves de mi bolsillo.

-¿Por qué? – preguntó esbozando una enorme sonrisa.

-Porque es una sorpresa – cuando dejaría de ser tan preguntona.

Cerró los ojos a regañadientes mientras yo ponía las llaves en la cerradura. Al voltear para asegurarme que no abriera los ojos, la encontré con el ojo izquierdo ligeramente abierto.

-Candy – le reclamé.

-Lo siento – se disculpó cerrándolo al instante – Es que me muero de curiosidad.

-¿Sabías que la curiosidad mató al gato? – volví a mirarla mientras daba la vuelta la llave en la cerradura.

-Terry – dijo con impaciencia, como siempre – Deja de estar diciéndome cosas sin sentido y abre esa bendita puerta. ¡Ahora! – me ordenó.

Giré hacia ella mientras ponía mi mano derecha en sus ojos para asegurarme que no mirara antes de entrar a nuestra casa.

-Claro, mátame de la angustia. Como tú ya debes saber cuál es la sorpresa, para ti es fácil. – me regañó.

-Jajaja – reí con facilidad. A su lado me sentía tan liviano. – Para tu información, no he visto nuestra sorpresa. Tengo la ligera sospecha de lo que se trata, pero aún no he visto nada con mis propios ojos – le aseguré.

-¿Así? No te creo – me retó.

-Vamos Candy, porque tendría que mentirte,  no he visto nada. – le repetí.

-Lo dudo.

-¿Dudas de tu esposo? – la última palabra me hizo estremecer, era algo en lo que no había pensado últimamente.

Su rostro se sonrojó al instante.

Abrí la puerta con torpeza con la mano izquierda.

Mis ojos se abrieron de par en par al encontrar toda la casa completamente amoblada.

-¿Lista? – pregunté  sin salir del asombro.

Se limitó a hacer un asentimiento de cabeza.

Quité la mano de sus ojos mientras la colocaba en su espalda con delicadeza. La miré maravillándome como sus ojos de abrían como platos al comprobar la belleza y el lujo de los muebles.

Su mandíbula cayó casi en caída libre y le tomó unos minutos volver a respirar.

-¿Esto hizo el tío abuelo? – preguntó  aturdida dando un paso hacia delante.

Su telegrama decía que este era su regalo. Seguramente Albert le dijo lo que necesitábamos.

-Wow – se quedó con la boca formando la última consonante.

-Creo que se pasó. ¿Verdad? – se alejó de mi.

Empezó a recorrer cada rincón.

-¿Y cómo hizo para entrar a la casa? – preguntó mientras caminaba hacia el comedor.

-Hace cuatro días vino un señor a verme en el teatro y me dijo que venía de parte del Sr. William Andley. Me dijeron que querían tomar las medidas para unos muebles que él había encargado. Pero nunca me imaginé que estaría todo completamente amoblado. - ni yo podía asimilar que hasta la cocina estuviera decorada.

Rompiendo la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora