Parte 37

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Celos, celos, celos.

Malditos celos, que nublan la razón, oprimen el alma y desangran el corazón. Crean cuentos de terror que hacen temblar al amor, mientras lo envuelven en la incertidumbre y lo aguijonean con las dagas de la duda, introduciendo el más mortífero de los venenos que lo llevan a la agonía.

Sin duda esta era la mejor manera de describir como me sentía.

Miré el líquido dorado y escaso que se mecía uniforme en la copa de cristal. Traté de encontrar en su contenido las respuestas a mis dudas.

Decepcionado por no hallarlas, di un largo sorbo. La amarga bebida me pasó quemando la garganta y avivando el fuego que me quemaba por dentro.

El dolor del alma se amortiguó como si fuera anestesia que unge alivio en la herida, pero el bálsamo solo duró unos cuantos segundos y el dolor volvió con más fuerza, agarrándose de los costados de mi corazón, que se desangraba en carne viva.

Cerré los ojos con fuerza tratando de aplacar el malestar que me consumía, pero recuerdos punzantes atravesaron mi mente...

"...Recuerdos de cómo "ella" había cambiado en este tiempo.

Ahora lo veía todo claro, tan claro como el agua.

Había cambiado porque "él" había vuelto a su vida.

Todo había empezado a ir mal, desde que ella entró a trabajar en la casa del doctor Jackson.

Su actitud me había hecho padecer como un calvario.

Su mirada perdida, su retraimiento, la extraña sensación cuando nuestros ojos se encontraban. Ese silencio incómodo que la rodeó los primeros días. Hasta los besos que me había arrancado cuando yo le preguntaba "si algo le pasaba" me sabían distinto. Esa inusual entrega en cada beso, sus caricias en mi rostro, todo absolutamente todo la condenaba.

Había querido pensar que todo era producto de mi imaginación, pero para mí desesperación, lamentablemente no era así..."

Estiré la mano y mi copa fue llenada con premura. Bebí otro bocado, que a diferencia del anterior ya no me quemó la garganta, sino resbaló tan suave como si fuera agua.

Con el alcohol fusionándose en la sangre, sentí como me iba convirtiendo en el prisionero de la duda.

¿Qué iba ser de mi vida? Me sentía tan vacío, tan desolado, tan desdichado.

Sostuve la copa con fuerza y bebí como si fuera agua su contenido, tratando de detener el torrente de amargura que me ahogaba.

-¿No crees que estas bebiendo demasiado?

Estas palabras me obligaron a darme cuenta que no estaba solo. Los susurros fueron escuchándose más claros y haciéndose más fuertes, e incluso pude distinguir una música en el fondo de los murmullos. Mis ojos recorrieron el lugar con lentitud hasta posar mis ojos en Karen.

-Déjame en paz – espeté

-Cuando un hombre bebe solo y de esta manera, en la que tú lo haces, solo quiere decir una cosa – sonrió con arrogancia.

La miré ceñudo.

-Tú sufres de mal de amores. – sentenció triunfal.

Su acertado comentario me cayó como un puñetazo en el estómago.

-¿Por qué no te vas a molestar a otro? – quería que desapareciera de mi vista.

-Vine aquí, para hacer mi obra humanitaria del día. – sonrió con picardía.

Rompiendo la DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora