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Taehyung quisiera poder superar la depresión atragantándose con comida frente a una maratón de películas, pero lo cierto era que en el campamento no había siquiera televisión.

Así que no le tomó mucho tiempo decidir entre las cartas que tenía bajo la manga para hacer que Jungkook pagara. Dejó en su maleta un obsequio muy campestre y natural que seguramente no sería bien apreciado y sí, fue un buen espectáculo ver a Jungkook rabiando enfurecido.

En respuesta, algunos miembros del grupo de baile se colaron en la habitación del pelirrojo a la hora del almuerzo. La sorpresa que se llevó el entrenador Min al encontrar botellas de licor en la maleta de su capitán fue tal que Taehyung tuvo que hacer la serie de ejercicios más larga de su vida. Para cuando terminó, sus piernas temblaban y sentía que iba a desmayarse. Casi quiso llorar, no por el cansancio, sino por la mirada decepcionada de su profesor.

—Le juro que no son mías —recitó por la millonésima vez—. Seguro... ¡Seguro que fue Jungkook! ¡Ese idiota!

—¿Qué tiene que ver el capitán del equipo de natación en esto? —bufó Yoongi, incrédulo.

—Verá... Estamos en guerra —resolvió decir Taehyung—. Pero no puedo decirle por qué porque sabe, usted no es el más disimulado.

Además, ¿qué podía decirle, que estaba muy dolido con el idiota de Jungkook por lo sucedido? Si alguien se enterara, su vida social estaría arruinada. Seguramente todos se reirían de él, sería un suicidio social, perdería sus amistades, luego empezaría a escuchar música depresiva, usaría delineador en los ojos y ropa negra, tendría un collar de púas y finalmente nadie lo salvaría del lado oscuro. Ah, antes dejaría una carta donde testifique que el culpable de eso fue Jeon Jungkook.

—Así que —retomó después de sacudir su cabeza—, créame, entrenador. Esas botellas no eran mías.

El mayor le miró escéptico, con una ceja arriba. Odiaba a los niños mocosos que causaban problemas, en especial porque en aquel campamento era él quien debía solucionarlos.

—No hagas más idioteces, Kim. Me llevaré esto —señaló, refiriéndose a las botellas. Tal vez contó con suerte; de haber sido otro profesor, estaría llenando un largo reporte disciplinario con su nombre. Solo que, si su capitán estaba diciendo la verdad, entonces la señora Kim encontraría la manera de probarlo. Imaginar todos los problemas legales que tendría con esa mujer lo asustaba. Seguramente ella iba a perseguir su pálido trasero hasta Narnia; perdería su trabajo, su escalafón, su dignidad y sus ganas de vivir. Terminaría viajando a América y abriría un restaurante de comida china, aunque no fuera chino, y tendría que soportar a las personas preguntándole si usaba perro para el arroz. Se estremeció de solo pensarlo.

—Muy bien, esto no puede quedarse así —declaró Jinyoung unas horas más tarde, cuando el alboroto de las botellas mermó y solo quedaron los susurros en los dormitorios—. ¿Quién pudo haber hecho tal cosa?

—¡Estando tan cerca de empezar con las competencias! —exclamó Jihoon, indignado; cualquier ataque a su capitán se sentía sumamente personal para él y para sus compañeros que, con un asentimiento, estuvieron de acuerdo.

—Tiene que ser Jeon —declaró Mark con un bufido—. Sería conveniente si suspendieran a Taehyung; perderíamos puntos y las directivas acabarían con el equipo en un santiamén.

Taehyung suspiró. No sabía si tenía que agradecerle a Jeon el hecho de que la jugarreta hubiera sido solo para él. Si por su culpa sus compañeros de equipo se metieran en problemas, perdería la cabeza.

¡Capitanes! - KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora