En multimedia: Morat - Aprender a quererte.Capítulo dedicado a Angeles2610 ❤️
La última vez que me había sentido de esta manera, tan furioso, tan cansado de las injusticias, de lo inmoral y lo incorrecto tenía diecisiete años, me encontraba en aquel sótano del que John tardó tanto en enterarse; miraba aquella última chica antes de que Isaac se atreviera a hablar. Era cabello negro, delgada como un alfiler y ahora que lo pienso y veo a Ariadna, era bastante parecida a la mujer que me trae con la cabeza por las nubes.
Se llamaba Angélica y temblaba de pies a cabeza sin parar. En aquel momento, inocente y totalmente manipulado no me detenía a pensar en lo que Sergio les hacía a aquellas mujeres. En muchas ocasiones nos obligaban a mirar ciertas cosas, jamás cuando él se encerraba a solas con esas chicas. Recuerdo su rostro asustado, su mirada suplicante, aquellas únicas palabras que logró decirme y yo, cobarde, un adolescente que solo quería salir de aquel infierno como siempre intentaba ayudar sin obtener resultados.
Pero, aquella noche quien ayudó a traerme al mundo intentó obligarme a lastimar a aquella mujer de una manera distinta, me negué y como siempre recibí una paliza que me dejó casi en la inconsciencia. Angélica miró cada golpe que recibí esa noche bajo la amenaza de que la siguiente sería ella y que ella no tendría mi suerte, porque a mí me dejaron vivo. Y, aún así, esa chica respiró con alivio cuando mi golpiza terminó. Creo que a veces encontramos más compasión en personas que apenas y conoces o totalmente desconocidas que en un familiar, un amigo. Hay conexiones que nada tienen que ver con la sangre ni el parentesco.
Es imposible no recordar después de escuchar la confesión de Ari, la impotencia por supuesto es mayor. A pesar de todo continúo sin comprender la maldad que habita en tantas personas. La sangre me hierve y el enojo aumenta con cada segundo que pasa. Trato de controlarme, más que por Ari, por Magda quien continua embelesada con los girasoles y poca atención nos presta.
—No debí decirte nada... a nadie. Será mejor que nos marchemos —anuncia con el rostro pálido, apenado. ¡Cómo puede sentirse apenada! ¡Dios! El problema es que tengo demasiados pensamientos encontrados en mi cabeza ahora mismo. Los rostros regresan y ahora el de ella se agrega no como una especie de salvavidas, sino como una víctima más de la maldita gente.
Empieza a caminar e intento con todas mis fuerzas no golpear más cosas, no asustarla y mucho menos darle una impresión equivocada. Mi mano vuela hasta su delgado brazo y la detengo. Su mirada avergonzada mira hacia el suelo. Con calma y recuperando la serenidad llevo mis dedos hasta su quijada fina y bien perfilada. Apenas y levanto un poco su rostro y entonces tomo su rostro con seguridad acariciando esas mejillas que tienen tan poco color.
—Lo siento, no es la reacción que uno espera cuando confiesas algo como eso.
—No debí decirte nada, es algo tan privado y yo...
La interrumpo atrayéndola a mí y llenando su frente de besos. Sus ojos se cierran y mis manos se deslizan por sus brazos que entre más días pasan, más familiares se me hacen, termino envolviendo su cintura sobre su vestido que es idéntico al mantel, lo cual vuelve todo un poco menos denso.
Su rostro se acurruca en mi pecho y mis labios continúan su trayectoria sobre su cabello.
—Mírame, gitana —le pido y aunque tarda lo termina haciendo—. Lo que acabas de decirme me ha descolocado pero no por las razones que estoy seguro que estás pensando.
—¿No? ¿No te parece repulsivo? ¿No crees que intentar superar de la forma en la que lo hice es asqueroso? —pregunta aún nerviosa, tímida. En este momento no es ni la sombra de la mujer que miré por primera vez en el bar de Nicky. Niego con mi cabeza de inmediato.
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Dulce Adicción
RomanceLibro 2 de la trilogía Adicción. > *SE RECOMIENDA LEER "JOHN, LA MAYOR DE MIS ADICCIONES" ANTES DE DULCE ADICCIÓN*