Capítulo 4: Ariadna.

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En multimedia: Run to you - Lea Michele


Camino en las oscuras calles de Greensboro sintiéndome terrible. Ser tratada como una dama no es algo a lo que esté acostumbrada. Me lastima ese hecho y, en realidad debería emocionarme. Quizá es lo que quiero evitar; emocionarme por un desconocido demasiado atractivo e insistente.

Ya había vivido esto una vez, con Jordan las cosas iniciaron casi igual. Yo aún no trabajaba en el bar, pero mi reputación siempre ha sido un caos. Él se acercó a mí con aires de príncipe haciéndome creer que miraba a la verdadera Ariadna y al final solo quería acostarse conmigo. Me desechó al día siguiente como basura y tuvo el descaro de decirle a todo el pueblo o a la mayoría que en efecto no era virgen. ¿Pueden creerlo? ¿De verdad pueden creer que en un mundo como en el que ahora vivimos una mujer continúe valiendo más o menos dependiendo de su vida sexual? Es una mierda, lo es en toda la extensión de la palabra.

Resoplo cansada como cada noche, enojada con la vida, el destino y con Leonel por hacerme sentir especial por cinco minutos. Debo sacarlo de mi cabeza, y es complicado. Intento despejar mi mente enfocándome en el poco dinero que llevo conmigo. Nuria quiere cada vez más plata y yo sigo sin encontrar la forma de irme de aquí junto con Magda. Cierro mis ojos un segundo y detengo mis pies.

Un auto ha derrapado haciendo el suficiente escándalo para despertar a quienes viven cerca, sin embargo nadie se sale de sus casas. Giro asustada y lo que veo me asusta más. Tres chicos golpean sin parar a... ¡Joder! Es Leonel. Por un momento dejo de respirar al reconocer la camioneta y a uno de los atacantes.

Mi cuerpo intenta marcharse, es lo mejor, no involucrarme. Si lo hago solo lo meteré en más problemas. Doy dos pasos y no puedo continuar, le hago caso a mi conciencia y corro hacia ellos aún con estas sandalias.

—Jordan, detente —le exijo gritando. Él se detiene, pero los otros dos chicos no. Son sus amigos.

—La zorrita del pueblo.

—Por favor detente —casi suplico al mirar que Leo está iniciando a sangrar—, detente, detente —le imploro.

Leonel intenta defenderse y logra dar uno que otro golpe. No puede hacer más, son dos contra uno. Envuelta en el pánico me quito las sandalias y entierro el tacón de cada una en la espalda de los agresores. A Jordan le causa gracia y le quito su estúpida sonrisa al voltearme y darle una patada en su parte íntima, termina en el suelo como el cobarde que es.

Mi pequeño gesto de superhéroe le ha conseguido tiempo a Leo para reestablecerse y le lanza un cabezazo a uno de los tipos y un guantazo tan fuerte al otro que lo tira al suelo. Doy un brinquito hacia atrás cuando veo a los tres tipejos en el suelo y luego mis ojos vuelan hasta la frente de Leo que está sangrando sin parar.

—Dios mío, tenemos que ir a un hospital —digo alarmada tirando mis sandalias al piso y corriendo a su lado. Él sonríe—, ¿estás bien? ¿Por qué estás sonriendo? Estás sangrando... mucho —me alarmo.

—Estoy bien —contesta sin convicción alguna.

—No lo creo. Vamos. —Paso una mano por su espalda y lo ayudo a caminar en lo que los tres imbéciles se montan en la camioneta y huyen no sin antes soltar un sin número de amenazas.

—Tus sandalias —me dice Leo alejándose y yendo por ellas—. Voy a ponértelas, te lastimarás los pies y no estoy en condiciones de cargarte.

Su comentario me causa gracia.

—Ya me las pongo yo. Tampoco estás en condiciones de ponérmelas.

—Estoy mareado —se queja.

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