Capítulo 16: Leonel.

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En multimedia: Firefly - Ed Sheeran.

No hay ningún movimiento en mi cuerpo, mis ojos se clavan en el mismo punto incapaces de voltear a ver a la dueña de esa voz. Por un segundo mi mente juega conmigo y me hace creer que lo he imaginado, sin embargo hay una sombra junto a la mía y eso me indica que hay alguien más muy cerca de mí.

Los sonidos que generalmente escucho en mi cabeza cada vez que mis crisis empiezan deciden aparecer y el primer movimiento que hago es llevarme las manos a las sienes y trato de no caer en el limbo, o peor aún desmayado. No es lo mismo intentar ser fuerte y sentirme vencedor teniéndola lejos que enfrentarla al fin. Mis recuerdos son como una avalancha cayendo sobre mí, haciéndome sentir tan pequeño y débil, indefenso. Un niño, soy un niño otra vez.

—Brandon —me llama y escuchar una vez más su voz ya hace estragos en mi mente. El dolor de cabeza se instala y respiro agitado. No la quiero ver, deseo salir corriendo y esconderme, como siempre, detrás de Isaac o John, que sean ellos quienes me defiendan, quienes enfrenten mis jodidos problemas—. Brandon —vuelve a decir y da un paso hacia adelante. Extiende su mano intentando tocarme.

—¡No! —grito sorprendiéndome hasta mí mismo—. No, no, no, no —digo una y otra vez.

—Hijo. —Cierro mis ojos.

¿Hijo? No me consideró su hijo todas esas veces que como castigo me dejó sin comida por días, no fui su hijo cuando jamás intervino aquellas noches en donde Sergio me molía a golpes, tampoco le importó aquella ocasión en la que le supliqué que nos largáramos de esa casa creyendo que quizás era manipulada también y lo único que obtuve fue una pistola en mi cabeza; una pistola que ella tenía en sus manos y más amenazas.

Mis ojos se llenan de lágrimas porque de pronto me veo en aquel cuarto, a oscuras, creyendo que John se daría cuenta de todo por arte de magia y nos salvaría. Me lleno de rabia al pensar que haber soportado tanto es una verdadera mierda, que en realidad seguimos siendo igual de débiles como lo fuimos durante nuestro encierro y gruño porque aunque cierta parte de mí quiere reaccionar, la otra parte desea tirarse al suelo y darse por vencido.

—Sé que te hice mucho daño —musita. Yo continúo con los ojos cerrados, paralizado—, a los tres.

—¡Cállate! —alzo la voz y abro los ojos llevándome las manos a los oídos—. ¡Cállate! ¡Cállate!

—Brandon —otra vez ese maldito nombre.

—Mi nombre es Leonel —vocifero.

—Tu nombre es Brandon y aunque te lo hayas cambiado y ahora portes con orgullo ese estúpido apellido sigues siendo mi hijo.

Los dientes me castañean, pero entonces mis ojos se enfocan en el pequeño lugar techado en el que Ariadna y yo nos habíamos confesado nuestros pasados, en donde entendí que todos, por muy tonto o grave que nos parezca tenemos algo por contar, por superar y vencer y que, no importa cuántas veces lo narres, lo pienses, lo reflexiones; cuando el pasado vuelve solo tienes dos opciones: arrodillarte frente a el o darle una patada en el trasero y enviarlo lejos.

Traer a Ari a mi mente me hace darme cuenta de que sin importar el miedo que esta mujer me provoca, que omitiendo los nervios y la devastación que siento en mi interior al estar tan cerca de quien casi me destruye la vida, es ahora o nunca. La enfrento o tendré que vivir por siempre con este peso, con este terror, como un maldito cobarde.

Me armo de valentía y giro hacia ella. La impresión es tanta, es la misma, su color de cabello, esos ojos tan parecidos a los míos, sus facciones me recuerdan que efectivamente sin importar qué tan malvada sea y qué tanto yo haya sufrido sigo siendo su hijo y ella es mi madre. Es la mujer que me trajo a un mundo que por muchos años fue atroz e injusto. Somos tan parecidos físicamente.

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