CINCO

77 6 0
                                    

Kat no decía una palabra, sólo emitía pequeños gemidos por el esfuerzo que le estaba llevando moverse. Con la brisa nocturna, Jake comenzó a sentir su cuello y su hombro húmedos por la sangre que caía por el brazo de Kat. Llevaban ya una buena distancia cuando oyeron lo que querían oír.

—¿Eso fue... —murmuró Kat esperanzada.

—Un trueno.—completó él.—Ya casi llegamos a la carretera, ¿puedes seguir o quieres que nos detengamos a descansar?

Kat se apresuró a negar.

—Sigamos, si comienza a llover la tierra se hará lodo y se nos hará más difícil avanzar sin resbalar o enterrarnos.

Jake la contempló unos segundos: se la veía exhausta, y tuvo que resistir el impulso de cargarla los últimos metros. Continuaron sin mediar palabra hasta que encontraron la pequeña colina que llevaba a la carretera, que estaba desierta y poco más iluminada que el bosque. Jake comenzó a subir con velocidad, dando pequeños brincos para cortar distancia; cuando llegó a la cima, se volteó y recordó que Kat no podría hacerlo sola. Sin embargo, en lugar de quejarse, la encontró aferrándose con fuerza a un árbol y subiendo lentamente; él bajó de nuevo y la ayudó a subir, pasando el brazo de la chica sobre sus hombros y tomándola con fuerza de la cintura para que no cayera.

—Puedo hacerlo sola.—protestó.

—Apuesto a que sí.

Subieron lentamente, y varias veces Jake tuvo que sujetar con más fuerza a Kat para que no cayera cuando pisaba mal. Una vez que llegaron a la carretera, la ayudó a sentarse contra un árbol y se agachó a su lado, preocupado.

—Déjame ver tu pierna.

—Es sólo un corte.

—No mientas.

Le rasgó el pantalón con suavidad, justo donde estaba roto por el corte de la espada. Tomó la linterna de su mochila y alumbró la herida, para ver un tajo largo, de unos quince centímetros, que aún sangraba.

—Estás perdiendo mucha sangre; te haré un torniquete.—le sacó el cordón a una de sus zapatillas y comenzó a ajustarlo un poco más arriba de la herida. Kat se estremecía por cada nudo que le hacía, pero no dejó escapar un sonido. Cuando terminó, le alumbró el hombro.—Bueno, eso es otra cosa.

Kat se llevó una mano al hombro y presionó; le murmuró que con eso bastaría y Jake la ayudó a levantarse.

—¿Dónde iremos?

—Bueno, tengo algunos contactos que pueden llevarnos a sus Centros.

—¿Sus Centros?

Jake la miró detenidamente unos segundos: llevarla a un Centro sería lo ideal, no parecía que fuera a resistir mucho más con semejantes heridas; pero no podía llevar a nadie ajeno al Centro sin autorización previa. Lo pensó unos minutos: ¿salvar una vida a cambio de un castigo? ¿Abandonarla en esas condiciones a cambio de un historial impecable? No iba a abandonarla, no podía hacerlo: les había salvado la vida y les había brindado una pista vital; tal vez, si le explicaba eso a Mortimer, la dejaría entrar y la sanarían.

—¿Qué haremos con tu amigo? No podemos dejarlo atado en medio del bosque con... bueno, lo que sea que esté allí atrás.

—Pues, es exactamente lo que haremos.—Jake habló con una seriedad que Kat no creyó que el chico fuera capaz de poseer.—Es peligroso y, si estamos en lo correcto, la tormenta limpiará lo que sea que el lago le haya hecho.

—Pero es tu amigo.

Se hizo un silencio pesado; Kat estaba en lo cierto: Nathan era su amigo, y abandonarlo no estaba bien. Pero no podía arriesgarse a que asesinara a Kat; su trabajo era salvar a la gente, no dejarla morir.

ProgresiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora