VEINTISÉIS

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El sol resplandecía detrás de las copas de los árboles, que se iban tornando cada día más y más blancas por la caída de aguanieve nocturna. Afortunadamente, Harry, su esposo, había instalado el sistema de calefacción en toda la casa, y ya no se veían en la obligación de vestir abrigos dentro de una habitación para sentirse cálidos. Ahora pasaban sus días sentados frente al televisor: Harry viendo partidos de todos los deportes que transmitieran, y ella tejiendo abrigos para sus hijos. Hacía ya algunos años que habían dejado de vivir con ellos, pero todas las navidades se presentaban frente a su puerta con una torre de regalos, y pasaban la noche en sus antiguos cuartos, que ella procuraba mantener impecables cada día del año.

Esa tarde, mientras calentaba el agua para hacerse un té de hierbas, oyó el teléfono que los chicos le habían regalado por su cumpleaños; le habían dicho que era sólo para llamadas intrafamiliares, la mayoría de las cuales eran urgencias, así que cada vez que oía su timbre se estremecía. El agua estaba a punto de hervir, pero no podía dejar que el teléfono sonara ni un segundo más. Ni siquiera observó quién llamaba antes de responder.

—¿Qué sucedió cariño?—se enredó el cabello en un dedo mientras intentaba sonar calmada y dulce.

Al otro lado, un suspiro anticipó la peor noticia que una madre puede recibir.

—Kevin está muerto.—dijo con un tono pesado, seco, falto de emociones. Sus manos comenzaron a temblar y retrocedió hasta dar contra la mesada, donde se apoyó con fuerza.

—Hijo, ya te dije que no bromees con esas cosas.—pero sabía que no era una broma: era el teléfono de los asuntos serios, no cabía lugar a bromas.

—Lo lamento.—murmuró antes de colgar.

Quiso preguntar cómo había sido, cuándo, dónde. ¿Por qué? ¿Por qué él? ¿Por qué no otro? El agua hervida estaba salpicando su mano pero no lo notó, estaba en shock. Harry oyó el silbido de la pava y entró a ver porqué no la alejaba del fuego, pero la ignoró cuando vio a su mujer con el rostro enrojecido y con la mirada apagada.

—¡Marge, cariño! ¿Qué sucede?—dijo alejando su mano del agua y observando el teléfono que estaba en su otra mano. Su preocupación se incrementó y comenzó a zarandearla para que volviera de su limbo.—¿Quién llamó? ¿Cómo están los chicos?

—Kevin.—dijo con un hilo de voz y rompió en llanto. Podía sentir cómo su corazón se partía en infinitos pedazos dentro de su pecho, y supo que nada ni nadie podría repararlo.

Harry pareció comprender y se apartó, espantado.

—No. No, no, no, no y no. Esto no puede ser. Tiene que ser una broma.

—Jake llamó, no dijo nada más que eso. Nuestro niño está muerto. Nuestro pequeño Kev.—otra vez estalló en llanto; esta vez, su marido la abrazó y la imitó.

Pasaron varios minutos sentados frente a frente, en completo silencio, observando las sombras que proyectaban los adornos que colgaban de la ventana con la luz del atardecer.

—Debemos ir a ver a Jake.—dijo Harry.—Debemos saber más, tenemos que saber más.

—¿Crees que sepa mucho más que nosotros?

Harry la contempló unos segundos; en cuestión de horas, parecía mucho más vieja.

—De seguro conoce los detalles.

—¿Para qué quieres detalles?—golpeó la mesa.—¡Nuestro hijo está muerto! ¡Saber más no nos lo devolverá!

Su esposo comenzó a llorar otra vez y ella hundió su cabeza entre sus brazos, mientras las lágrimas le mojaban la falda. Él le tomó las manos y las envolvió entre las suyas.

ProgresiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora