VEINTICUATRO

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Jake había terminado de inspeccionar la casa y los cuerpos en el tejado, mientras Helen recogía evidencia y Matt acompañaba a Nathan al auto. Mientras salía al patio trasero, se asombró del parecido de la casa con la de sus padres: hasta la hamaca que colgaba del árbol parecía idéntica a la que su hermano y él habían colgado cuando pequeños.

—¿En qué piensas?—lo interrumpió Helen. Sus blancos guantes estaban llenos de sangre.

—En nada.—se apresuró a responder y se encaminó al garage. Allí, el vehículo familiar, un Corolla viejo, reposaba, frío. Jaló de la manija y notó que no llevaba llave puesta, algo extraño, a decir verdad. Antes de que pudiera tocar nada, Helen apoyó una mano en su hombro.

—Deja que yo lo haga.—le señaló sus guantes.—Podrías contaminarlo.—Jake asintió y salió. Se dirigió a la acera y se le estrujó el corazón al ver a Nathan dentro del auto, con la mirada hacia el frente, perdida. Matt estaba fuera, apoyado sobre el vehículo y con los brazos cruzados, pensativo.

—¿Qué crees?—preguntó Jake, imitando su postura.

Matt abrió la boca y levantó las cejas, mientras negaba lentamente.

—Pues, homicidio múltiple.—Jake contempló sus palabras y Matt lo miró.—No estarás pensando en un suicidio colectivo, ¿verdad?

—Bueno... la posición de los cuerpos es idéntica entre sí...

Matt se apartó, horrorizado.

—¿Acaso estás loco?—sus miradas se cruzaron unos instantes: apacible en Jake, irritada en Matt.—Cielo santo; dime una cosa: si fuera un suicidio colectivo, ¿dónde está el instrumento utilizado? No hay armas de ningún tipo en toda la casa, ni siquiera cerca de ellos.

—Envenenamiento.—murmuró Jake y su amigo palideció.

—Dime que estás bromeando.

—Sé que es un caso que nos afecta a todos muy de cerca, —comentó Jake con calma.—pero no por eso puedes seguir una única línea de pensamiento; al igual que con todos los casos en los que trabajamos hasta ahora, debemos tener la mente abierta a todas las posibilidades.

—Ellos nunca habrían hecho eso.—Nathan había bajado la ventanilla y los sobresaltó cuando se metió en su discusión.

—Nate, amigo... —se lamentó Jake.

Su teléfono sonó en su bolsillo y se alejó antes de ver quién llamaba: Kat. Respondió al instante.

—¿Qué sucede?—una voz exhausta habló al otro lado; costaba creer que era ella.

—Debes regresar al Centro, ahora mismo.

—¿Está todo bien?—no pudo esconder la preocupación de su voz.

Un largo suspiro precedió su respuesta.

—Tom huyó con Jennie.

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—No pienso contarte nada sobre nosotros.—dijo Jennie, ofendida.

—Comienzo a creer que te gusta el dolor.—hundió la afilada hoja en su rodilla. Jennie comenzó a gritar, ahora con voz disfónica.

—¡Eres un monstruo!—aulló.

—Y tú una idiota: habla y dejaré de hacerte daño.

Su teléfono vibró y Kat atendió de mala gana.

—Estoy ocupada.

—Kat, ten cuidado... —una voz débil y somnolienta le hablaba; ella apartó el teléfono de su rostro y revisó quién era: Mortimer.

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