TREINTA Y UNO

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La pequeña habitación estaba vacía y helada: nadie había cerrado la ventana. Se volteó para ver a los dos hombres que esperaban que dijera algo, lo que fuera; él disfrutaba ver cuánto le temían a su silencio.

—¿Cómo escapó?

—No lo sabemos, —comenzó uno de los médicos; tenía la voz temblorosa.—ninguna cámara captó a nadie saliendo de esta habitación, o entrando.

Se rascó la cabeza nerviosamente.

—Y, díganme: ¿no se les ha ocurrido, ni por un minuto, —elevó su voz hasta un grito que los sobresaltó.—que podría escapar por la maldita ventana?

Obtuvo silencio por respuesta y sacó un cuchillo que escondía bajo su manga y le apuntó a cuello a uno de los hombres.

—Tú.—comenzó.—Tú debes ser el tío más estúpido en la historia, teniendo a tu presa entregada en bandeja y dejándola ir, sabiendo exactamente cómo piensa y actúa. Dime una cosa: ¿realmente no cruzó por tu cabeza que podría saltar hasta la acera usando su Progresión?—presionó la punta del filo contra su piel hasta que un hilito de sangre comenzó a caerle.—¡Responde!

El hombre titubeó.

—Yo...hacía ya un tiempo que no veía a Helen; jamás creí que su Progresión fuera tan fuerte como para permitirle hacer algo así.

Miró la placa que le colgaba del guardapolvo y sonrió.

—Doctor Boust. ¿Sabe? Yo también quería ser médico.—hizo una pausa larguísima, obligando al hombre a comentar algo.

—Aún eres joven, puedes hacerlo.

—No, no puedo hacerlo. ¿Sabe por qué?

—N-no.—estaba temblando; de seguro sentía la punta del cuchillo hundiéndose más y más en su carne.

—No puedo ser médico porque mi Progresión no es algo lindo como la de todos.—su mirada sombría se posó sobre el joven doctor que estaba a su lado.—¿Sabe cuál es mi Progresión, Dr. Hossom?

—No se me ha informado de eso.—dijo con la voz temblorosa.

—Les contaré un secreto, entonces.—alejó el filo del hombre y lo bajó.—Mi Progresión destruye mis neuronas, una a una, haciéndome olvidar cosas: recuerdos, personas, estudios, movimientos.—recalcó esta palabra con un movimiento de cadera y los hombres notaron que no podía dibujar círculos.—Necesito a Nathan y a Helen tanto como a Katherine y a Jake; ellos podrían ser la cura de mi Progresión. ¡Y ustedes los dejaron ir!—gritó y le abrió la garganta al Dr. Hossom con un movimiento limpio y rápido. El hombre cayó de rodillas, ahogándose en su propia sangre, mientras el Dr. Boust lo observaba, aterrado.—Si tu sobrina huyó debe ser porque conoce tus planes conmigo, y por eso no me sirves.—sentenció y hundió el cuchillo en su pecho y lo retorció.

Se acercó a la ventana y respiró el frescor que entraba: apestaba al otoño que se estaba aproximando. Su teléfono sonó y atendió sin decir una palabra.

—Susan fracasó.—le dijo una voz profunda.

—Lo sé.—dijo.—También lo hizo tu hermano. ¿Es que nadie en tu familia sirve para nada?
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—Quiero verlo.

—Está ocupado.

—No me importa. Quiero verlo.

—Me temo que tendrás que esperar a que...

—¡Quiero verlo, maldita sea!

Marge y Harry se estremecieron con el golpe que le dio a la mesa, haciendo temblar las tazas. Jake estaba observando a través de la ventana, sentado en el alféizar, ignorando la discusión que estaban teniendo Mortimer y Helen.

ProgresiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora