TRECE

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Subieron y ella se dirigió directamente a la sala de armas; observó los cuchillos y espadas que colgaban de las paredes. ¿Cómo podía elegir pensando en que debía quitarle la vida a su propio hermano? Sus sentimientos se repartían entre el amor y el odio: recordaba el rostro lleno de emoción del niño que descubría que podía alargar sus brazos, y, a su vez, la emoción con la que los usaba para desmembrar a sus padres; recordaba su risa cuando lo hamacaba con fuerza, haciéndolo sentir que podía alcanzar el cielo con las manos, y recordaba su risa mientras asesinaba a su hermano. Estaba confundida: quería vengarse, pero también quería hallar una cura, a pesar de que sabía que una Progresión no desaparecía, y menos en un Perdido.

Finalmente, se decidió por una espada corta, de esas que usaba Jake. Creyó que podría acelerar el proceso eligiendo un arma más grande; se sentó en el suelo y comenzó a afilarla, disputándose entre la venganza y la misericordia.

Pasó el día encerrada en su cuarto, sentada al borde de su cama y observando su figura en el espejo: los ojos grises que siempre le habían gustado porque eran tan brillantes como los de James estaban ahora oscuros por el cansancio y por el peso de su pasado. Su cabello, que alguna vez le había llegado hasta las caderas, ahora caía como una cortina sobre sus hombros. Miró sus manos, que ya no eran suaves sino ásperas, llenas de callos y ampollas. Se fijó en sus brazos, finos pero musculosos; en su abdomen, tonificado por tanto entrenamiento. Nunca había imaginado que acabaría viendo esa versión de sí misma: una Kat fría pero sensible, fuerte pero tan frágil como el cristal.

Miró el reloj que tenía junto a su cama: ya era la hora. Se vistió rápidamente, con un joggin y una remera negros, y salió. Bajó las escaleras hasta el calabozo, lentamente, mentalizándose sobre lo que debía suceder. Le sorprendió encontrarse con Jake, Matt, Tom y Morti, aguardando.

—No debes hacerlo si no quieres.—le dijo Matt.

Ella le agradeció con una leve sonrisa.

—No quiero hacerlo.—dijo.—Debo hacerlo.

Mortimer abrió el calabozo y Kat se estremeció al ver a Ian allí dentro; se veía tan pequeño, tan vulnerable, tan inocente. El niño levantó la cabeza y sonrió maliciosamente al verla entrar.

—Katty, ¿vienes a jugar conmigo?—bajó la vista hasta su espada.—Oh, ya veo. Parece que ya te aburriste de mí.

Kat no respondía. Dentro suyo su corazón se partía en mil pedazos y sus sentimientos la ahogaban.

—Mira el lado bueno Katty: podré jugar con James otra vez; o con mami y papi: ellos eran más divertidos que nuestro hermano.—la miró a la cara y sonrió.—Hermanita, ¿qué tienes en la boca? Estás sangrando.

Con un movimiento rápido y de improviso, la hoja de la espada se tiñó de rojo, y la cabeza del chico cayó hacia delante y rodó hasta detenerse junto los pies de la chica. Ella dejó caer la espada y salió sin decir palabra. Detrás suyo, los chicos la observaban, incrédulos: ni siquiera se había despedido, y había cercenado su cabeza con un corte impecable, rápido y preciso.

Matt ayudó a Tom a recoger la sangre, mientras Mortimer regresaba a su oficina a preparar todo para el viaje al lago, y Jake corría hasta el cuarto de Kat, guiado por un fuerte presentimiento.

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Golpeó la puerta de su cuarto y no esperó una respuesta ante de entrar. La chica estaba sentada en el alféizar, observando el cielo estrellado con la mirada perdida, como si su mente estuviera lejos de allí, fuera de su cuerpo. Jake cerró la puerta con suavidad y se acercó a ella lentamente.

—Kat, sal de la ventana.—tragó saliva.—Podemos hablar, podemos ayudarte.—ella soltó una carcajada irónica.

—No te preocupes, no cometo el mismo error dos veces.—le enseñó sus muñecas, pero no había nada allí. Ella lo recordó y suspiró.—Créeme, no lo hago.—regresó su atención al cielo nocturno.—Hoy están más brillantes que nunca.—Jake se acercó a la ventana y observó las estrellas; era cierto, tenían un brillo intenso.

—Lamento que hayas tenido que hacer eso.

—No lo lamentes. Tarde o temprano había que hacerlo.

Jake notó que tenía una expresión de confusión en el rostro, como si no supiera qué sentir al respecto. Se mantuvieron en silencio unos minutos y, tras formularlo en su cabeza de cien maneras distintas, dejó salir las palabras:

—En tres días es la noche de Teatro y Gala.—Kat se giró a mirarlo como si le hubiera hablado en chino.—Es una noche al año donde todos vestimos bonito, vemos una obra en el Gran Teatro y luego vamos a un salón de eventos a comer y bailar toda la noche.—hizo una pausa.—Es entretenido.

—Suena entretenido.—confirmó ella.

Jake tenía los nervios a flor de piel.

—Hay otra cosa: todos asisten de a parejas; y yo quería saber si... —tragó con fuerza; las manos le sudaban y Kat sonrió, pero aguardó a que hiciera la pregunta.—Bueno, por el momento no tengo pareja y tú tampoco... ¿verdad?

—Verdad.

—Em, entonces, si ninguno de los dos tiene pareja, ¿querrías venir conmigo?—preguntó. Kat sopesó unos segundos eternos la pregunta.

—Como tu pareja.—sugirió ella y él asintió rápidamente.—De acuerdo.—se bajó del alféizar y fue hasta la puerta.—Ahora sal de mi cuarto, invasor.

Jake la siguió y, antes de salir, preguntó confundido.

—Entonces, ¿sí serás mi pareja?

—No tengo más opción.—dijo ella y él sonrió como un niño consentido. Sin decir más nada, cerró la puerta y se recostó en la cama; miró el cielo raso y sus pensamientos fueron dirigidos en una única dirección: ¿qué se supone que debía vestir para una noche de gala?

ProgresiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora