NUEVE

89 8 1
                                    

La celda estaba fría y oscura, y su tamaño estaba volviéndola loca: apenas podía estirar completamente las piernas. Los barrotes eran demasiado gruesos como para pasar sus manos entre ellos y no había nada dentro más que un pozo que apestaba a cloaca. De camino a ese lugar, vio a Nathan encerrado en una celda como esa, sólo que atado de manos y pies. ¿Cómo podían hacerle eso? Recordó que había perseguido a la chica con su espada, desesperado por asesinarla, y no creyó que fuera razón suficiente para tenerlo así, como si fuera un monstruo. Ella misma iba a asesinarla cuando saliera de allí; pero luego de matar a Jake: sí, ese era su objetivo. Se desharía del chico que amaba para que no amara a nadie más, ni nadie pudiera amarlo a él como ella lo hacía.

La luz de la luna entraba por una minúscula ventana que había en lo más alto de su celda; sonidos de risas y platos llegaban desde un extremo, donde estaban los guardias cenando. A ella no le habían dado ni un vaso de agua desde que la habían encerrado allí, por órdenes directas de Mortimer. El hombre, que siempre la había tratado como a una hija, ahora la miraba con desprecio, como si fuese una extraña, una intrusa. Rompió en llanto y, una hora más tarde, se durmió profundamente.

Por la mañana, Jake se reunió con Mortimer en el comedor; tomaron una taza de café sin mediar palabra y, al terminarla, ambos salieron de camino a las celdas. Bajaron unas escaleras de mármol que patinaban un poco bajo la suela gastada de las zapatillas de Jake, y que hacía eco del ruido de los zapatos de Mortimer al pisar. Cuando finalmente llegaron a las celdas, Jake se sorprendió al ver a Kat, conversando con los guardias.

—Apuesto a que podría ganarte si me lo propongo.—estaba diciendo. Uno de los guardias, Liam, un chico de su edad, alto y moreno, lanzó una carcajada.

—Cuando quieras, podemos ir a la armería y elegir algo que no te lastime los brazos al disparar.—bromeó; Kat sonrió.

—Eso está por verse.

—Veo que estás de maravilla.—dijo Jake y ella se volteó; si se sorprendió al verlo de pie, no lo demostró.

—Veo que estás de maravilla.—repitió y sonrió levemente; Jake notó que tenía unas ojeras muy oscura, y se preguntó qué habría sucedido durante la noche para que amaneciera así, siendo que él la había visto tan tranquila.—¿Qué tal tu herida?

Jake se levantó la remera e hizo un gesto de desvanecimiento con las manos; Kat asintió mostrando interés.

—Tom es increíble.—dijo él y ella volvió a asentir.

Mortimer pasó entre ellos, guiñándole un ojo a Kat, sin que Jake lo notara, y le pidió la llave de las celdas a Liam. El guardia se las dio y los acompañó hasta la entrada de las celdas, donde se quedó vigilando. Mortimer abrió primero la celda de Nathan; Jake sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo cuando lo vio esposado a una pared y en una celda tan pequeña. El chico parecía estar perfectamente sano, hasta que vio a Kat detrás de ellos.

—Tú.—dijo con furia.—Te mataré, ya lo verás, ¡te mataré!—gritó y comenzó a revolverse, intentando escapar de sus ataduras.

Jake corrió la mirada y Mortimer, sin mediar palabra, volvió a cerrar la celda. Estuvieron en silencio unos minutos, hasta que fueron a la celda de Jennie; en cuanto oyó las llaves, la chica se lanzó sobre Mortimer, llorando con desesperación.

—Tienes que sacarme de aquí, Morti, ¡por favor!

El hombre negó con la cabeza; la miraba sin poder ocultar su decepción.

—¿Por qué lo hiciste?—preguntó. Ella fijó su mirada en Jake, quien estaba de espaldas a ella, conversando con Kat en voz baja.

—Ella.—dijo entre dientes.—Me reemplazó por esa estúpida zorra.

ProgresiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora