TREINTA Y DOS

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La brisa nocturna lo despertó: había olvidado cerrar la ventana antes de acostarse a dormir. Miró el reloj que estaba sobre su mesita de noche y bostezó: eran las cinco de la mañana. Dio algunas vueltas en la cama, intentando recobrar el sueño, pero tras diez minutos desistió y se vistió. Agarró unos joggins negros y un buzo gris; se calzó unas Vans bajas y salió a caminar. Bajó hasta la galería por la que se salía al parque y disfrutó de la brisa, mientras observaba la Luna descendiendo, lista para dejarle lugar en el cielo al Sol, que de seguro aparecería cerca de las siete. Daba pasos largos pero lentos, y mantenía la mente en blanco, vacía de todos los pensamientos agobiantes con los que se había ido a acostar.

Vio movimiento delante suyo y se detuvo: una figura pasó corriendo por el parque y aminoró el paso hasta detenerse en la galería. Tardó varios segundos en armarse de valor y acercarse, pero cuando estuvo a pocos metros, una voz le gritó:

—Aléjate de mí.

—¿Kat?—preguntó, sorprendido.—¿Está todo bien?

—Perfectamente.—Tom es tu tío, mi hermano me entregó al Prosion y tu familia está en más riesgo del que creen, pensó, pero no dijo nada.

—¿Por qué estabas corriendo?

La respuesta tardó unos minutos en llegar.

—No lo sé.—dijo con la voz quebrada.

¿Estaba llorando? Jake se acercó hasta quedar a dos pasos de ella. Kat le daba la espalda.

—Kat, lo que sea que haya sucedido, puedes decirme.—apoyó su mano sobre su hombro sano y lo sintió: estaba temblando.

—No pasó nada, no te preocupes.

—Kat...

Ella se volteó y lo miró fijamente a los ojos; en ese momento, Jake no vio a la chica de veinte años, fuerte, independiente, hermosa y valiente que veía todos los días, sino a una pequeña indefensa, aterrada y sola, tan sola. Sin decir una palabra, la envolvió en un abrazo, sin importarle si se enojaba. Ella le agradeció en silencio ese abrazo, dejando que las lágrimas salieran de sus ojos como un grifo abierto deja escapar el agua. Estuvieron así varios minutos, hasta que la angustia que presionaba su pecho se hizo un poco más pequeña y le permitió respirar con normalidad otra vez. Cuando se separaron, Jake le acomodó un cabello detrás de la oreja y le secó las lágrimas con el puño de su buzo.

—Lamento eso.—se disculpó, avergonzada.

—Yo no.—respondió y pasó un brazo sobre sus hombros. En completo silencio, la guió hasta el comedor, donde preparó café mientras Kat se sentaba junto a la mesa. Con una taza humeante en cada mano, Jake se sentó a su lado y aguardó a que ella dijera algo.

—Hay algo que debo decirte.—notó que le temblaban las manos, pero no dijo nada, sólo esperó.—Tom... —tragó con fuerza.—Tom es tu tío.

—Lo sé.—dijo y ella giró la cabeza rápidamente para verlo; no ocultó la sorpresa que se llevó.

—¿Ya lo sabías? ¿Cómo?

—Mortimer me lo dijo, lo descubrió la noche en que escapó con Jennie.

—Oh.

Le dio un sorbo largo a su café y apretó la taza con fuerza.

—Hay algo más que debes saber.—lo miró a los ojos, y Jake pudo ver su desesperación.—Tus padres, están en más peligro del que crees.

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Marge estaba preparando el café para su esposo cuando éste entró al comedor, seguido por Mortimer. Ambos se sentaron alrededor de la mesa y hablaron del clima inestable y del aroma a café que despertaba sus sentidos. Eran apenas las ocho de la mañana, pero el sol ya había asomado a través de algunas nubes espesas que se iban tornando cada vez más oscuras con el pasar de los minutos.

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