Capítulo 7: Empoderados

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Luego de aquel acontecimiento, Ramón no pudo dejar pasar por alto el dato de la golpiza a Carlitos por su padre. Un extraño frío le recorrió la cien , se lo tuvo que aguantar y hablar con el chico como si nada, cuando dentro suyo lo carcomía la ira.

El estupor era nada más y nada menos, porque la educación que le habían dado sus padres era muy distinta, no recordaba ocasión en la que su padre le haya levantado la mano, y de ser así, su madre lo sacaría allí de rastras y probablemente lo deje fuera de la casa, si había algo intocable para la mujer, era él.

Quiso tener un acercamiento más profundo con Carlitos, preguntarle más a fondo, cosas que no le interesaban en nadie más. Tenía curiosidad hasta en la infancia del pibe. La sensación lo mantenía a flote y le daba cierto vértigo.

Pero sin embargo, ahí lo tenía, junto a él. Con la mirada fría e incalculable, su sonrisa no parecía compactar con la expresión de sus ojos opacos. Los rulos parecían ondularse más según el clima, y su cabello nunca dejaba de brillar. Ramón se sintió idiota, al notar cual meticulosamente podía llegar a observarlo, cuando a ningún chica le había prestado semejante atención.

—Carlos.—lo llamó.

El nombrado se volteó a él sin perder la sonrisa, la poca distancia que había quedado entre ellos hizo un ambiente cubierto en una esférica nube de tensión, todo a fuera de ella pareció detenerse. Los demás se movían con prisa, volaban al rededor suyo, mientras ellos, parecían detenidos en el tiempo a causa de sus miradas. Entonces Ramón se percató de que lo había llamado, y que Carlitos solo lo miraba esperando lo que tenía para decirle.

—Los gatos...—pronunció en voz baja, recordando a los animales. Dando en el tema perfecto para salir de la incómoda situación. Carlitos arqueó una ceja y se encogió de hombros.

—Se murieron. Tenias razón.—le dijo. Sin una pizca de emoción alguna, solo hablando con un vacío atroz. Esto no logró sacarle a Ramón ningún otro sentimiento más que culpa.

—Perdón, tendría que habérmelos llevado.—le dijo. Sin creerse realmente que él estaba disculpándose con alguien, sin caer exactamente en el momento en que algo así en su vida esté sucediendo.

—No, fue mi culpa.—respondió él con rapidez.

—¿Por qué?—

Ramon lo vio girar otra vez su cabeza, fingiendo mantener la vista en el frente, al verde y gastado pizarron donde se escribían unas fórmulas de combustión.

—Porque yo maté a la madre.—respondió. Entonces la lejanía creció y dejó de sentirse detenido junto a él.

No volvieron a hablar el resto de la clase, Ramón se quedó sin ganas de ello.Se limitó a hacer sus tareas con pereza, mientras la hoja de Carlos permanecía blanca sin ningún escrito, en cambio él observaba a sus compañeros y hablaba a lo lejos con ellos, carcajeándose.

Al salir no lo vió, lo busco instintivamente, maldiciéndose por no poder despegarse de su imagen ni un segundo. Pronto caminó unas cuadras lo reconoció entre una multitud de chicos con el mismo uniforme que él. Eran una cabeza más altos, Carlitos estaba entre medio, observándolos con una picardía peligrosa, se detuvo observando la situación a lejanía prudente. Vió como uno le tomó el cabello con brusquedad, Carlitos no se inmutó, solo siguió concentrado en algún punto invisible. Luego otro se acercó y le apagó un cigarro en el gris del pantalón. Ramón se sobresaltó alerta, sin embargo el rubio observó su propia prenda quemarse bajo el fuego del pucho, dejándole un agujero circular. Tampoco pareció alterarse, se dejaba mecer entre un bravucón y otro, sin dejar de brillar, parecía más que ellos pero claramente ahora ellos le estaban pudiendo. Ramón sintió una gota caerle en la frente, y no lo aguantó. Se acercó a ellos con un paso notorio, firme y los puños cerrados con fuerza. Bastó una ojeada que le propiciaron los chicos, para alejarlos con frustración. Conocían a Peralta, y conocían su mal carácter.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, se giró hacia Carlitos encontrándose con su sonrisa, su expresión tranquila lo relajó rápidamente y por alguna razón, lo próximo que hizo fue un impulso desmedido, sin pensarlo, solo sintiendo la necesidad de hacerlo. Fue lento cuando se acercó al menor, envolviéndolo con un brazo, quedando con sus rulos sobre su mentón, enorme fue la sorpresa cuando sintió los brazos de Carlitos sobre su cintura, correspondiendo tal gesto. Duró pocos segundos, al percatarse de su acción retrocedió con inercia quedando otra vez con su mirada fija y sería.

—¿Porqué te molestaban?—le preguntó. Con la urgencia de hacerlo.

—Que se yo, les gustara molestar gente.—respondió con incredulidad el de rizos.

Ramon arqueo una ceja molesto y negó.—No, algo querían. Los conozco.—

Carlitos entonces le sonrió aún más, con la expresión entre cerrada en los ojos, a causa del sol que lo encandilaba de frente.

—¿Viste el alto que estaba en frente mío?—le indico. El morocho asintió.—Me sigue desde el primer día, a veces empieza una pelea a propósito para que nos saquen del salón. Y quedarnos solos.—Ramon no parecía comprender que era lo que le insinuaba. Pero pronto lo descubriría.—Quiere garchar.—

La sorpresa traspasó de sus ojos a los de Carlitos, quien lo examinó viéndolo parado con la boca entre abierta. Quiso reírse pero no lo hizo. Le pareció gracioso que a Ramón casi se le cayeran los dientes. Igualmente no entendía porqué tanto asombro, en su corta vida, se había tenido que acostumbrar a las insinuaciones masculinas también.

—Cuando te vuelva a joder o le das una trompada o me dejas a mi dársela.—aquellas palabras las soltó con tanta fuerza que la orden fue captada enseguida por el menor, que asintió levemente.

Cuando comenzaron a caminar, el uninforme comenzó a pesarles y poco a poco fueron acomodándolos hasta quedarse solo en camisa.

—¿Entonces somos amigos?—

La pregunta de Carlitos lo hizo fijarse nuevamente en su persona, volvía a parecer un niño indefenso. Ramón le asintió mientras soltaba el humo del cigarro que sostenía en su mano derecha.

—Los amigos no se gustan.—lo escuchó decir luego. Quedó atorado con su propia saliva y tuvo que detenerse a toser con desesperación, se llevó la mano hacia la corbata desatándola. Frenó con brusquedad deteniéndose para quedar junto en frente de Carlos. Quien lo observaba con diversión intentando disimular su sonrisa.

—¿Qué dijiste?—preguntó, con las facciones notablemente alteradas.

—Escuchaste bien. Igual tranquilo. No me molesta.—le dijo para darse la vuelta y comenzar a caminar. Tomando el camino hacia su casa, el contrario que debía tomar Ramon.

Se quedó allí perplejo ante la cara dureza del rubio, tendido sobre la calle sin dejar de mirar su caminata a lo lejos, un ser extraño se paseaba por la manzana como si fuera suya, uno muy extraño, un extraño de pelo largo.

Ramon sonrió luego de cerciorarse de que nadie lo veía.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora