Capítulo 14: Un niño solo

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En el jardín que solían transitar en el transcurso a casa, un niño de cabellos pálidos y atajados con fijador iba arrancando los crisantemos a medida que sus manitas los alcanzaban. De su otra mano su padre lo sostenía, eran de las pocas veces que salían a dar un paseo solos, Carlitos agradecía el momento sin saberlo, a pesar de sus cinco años de edad. Sería un recuerdo que le quedaría grabado en su eterna memoria para siempre.

El hombre vestido formalmente, llevaba peinado meticulosamente el poco de su cabello oscuro, se inclinó ligeramente hasta el niño. Que detuvo su andar para volverse pendiente de una flor más difícil de arrancar. Con la paciencia que extraña vez sostenía para con su hijo, se detuvo a esperarlo sin soltar el agarre entre ambos. Una vez que el niño tomó el tallo entre sus pequeñas manos, la caminata siguió. La brisa casi inexistente les trajo el aroma de aquellas flores, que brotaban cada vez con más fuerza en las calles tranquilas y la decoraban con el exquisito color de los crisantemos.

—Papi ¿Porqué no me queres?

El hombre detuvo el paso ligero y arrugó la frente, gesto que hacía cuando le costaba pronunciar algo. Entonces frenó por completo y miró al niño, sus ojos claros y grandes con la expresión marcada de un ser inocente le trajo una ligera opresión de cariño.

—Carlitos, no es que no te quiera. No soy demostrativo.

El niño lo miró y creyó comprender, algún sentimiento bochornoso le hizo transpirar las manos y bajó la vista hacia las flores.

—Bueno, papi, está bien.

(*1)

—Toma Ramón, tu parte y la de Carlitos.

El hombre en musculosa blanca ingresó en su cuarto captando su atención, arrojó ambos fajos sobre el pecho del morocho quién lo miró sin contestarle. Le sobraban pensamientos y le escaseaban las palabras.
Una vez que su padre abandonó el cuarto, la puerta rechinó en la vieja cerradura que pedía aceite a gritos. Bajó las manos de su nuca para dirigirlas hacia el dinero sobre su cuerpo, la diferencia del grosor de los fajos le trajo inmediatamente la certeza de conocer cuál le pertenecía a él y cuál a Carlitos.
Se mordió el labio mientras los observaba, el dinero parecía sucio. Pero no por venir de arriba siendo el pago de armas que eran robadas. Sino porque sabía que no estaba bien llevarse más plata que Carlos, después de todo había sido él quien había realizado la mayoría del trabajo. ¿Qué hicieron él y su padre? Solo alcanzarlo con el auto.

Sin mediar más palabras consigo mismo, atravesadas entre susurros y pensamientos, equiparó el valor de ambos haciéndolo el mismo. Mientras colocaba los billetes nuevamente, se cercioró de encontrarle un escondite hasta el próximo día donde se lo entregará al joven de pelo largo.

—Ah, y toma los documentos falsos.—su padre volvió a entrar al cuarto haciendo que se sobresaltara, el hombre descalzo lo miró extrañado con el cigarro entre sus labios.

—¿Documentos falsos?

—Y si, por si los agarra la cana o tienen que hacer algún trámite.

Ramón solo los recibió mientras le esquivaba la mirada, no podía mirarlo directo a los ojos, no desde que sentía tanto deseo por Carlitos, por alguna razón no había podido estar cómodo en una misma habitación que estuviera su padre.

-

—No te vi fumar hoy.

Vió sus ojos mirarlo, juró que aquellos dos círculos lo hipnotizaban sacándole todo juicio, Carlitos negó y acomodó el mechón más largo de sus rulos.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora