Capítulo 32: crímen

33 4 2
                                    

Cuando José apareció muerto en su casa esa misma mañana, un miércoles 28 de enero de 1972 sufrió un colapso. Sus piernas flaquearon cuando oyó la voz confundida de su madre a través del teléfono, la misma voz que días antes lo había puteado por desaparecer, por fugarse mejor dicho.

Apretó los labios —Cálmate vieja que decís ¿cómo que murió papá?— el resto de la conversación son gritos y desesperación.

Le volaron la cabeza, pero fue el último acto. Primero quebraron sus muñecas, parece que jugaron con el cuerpo. Atravesaron la garganta con una cuchilla de carne y por último el disparo, uno solo, perfectamente calculado entre las cejas.

Ramón tragó. Aquel oficial le relataba el reporte del crimen con demasiada prisa, era muy crudo para estar leyendo sobre el asesinato de su propio padre.

—Vos pibe vas a tener que declarar, esto es un crimen de acá a la china.

Ramón no rodó los ojos como comúnmente haría, pero tampoco podía decir a carpeta abierta que sabía bien que era un crimen en primera persona. Ese día le había tocado el oficial más inútil de olivos al parecer.

Pero mientras pasaba el papeleo las cartas eran demasiado claras, mientras lo llenaban de interrogativas, de protocolo y de comentarios innecesarios, solo podía pensar en Carlos.

La pregunta no se dirigía a si podría entregarlo como principal sospechoso, estaba claro que tenía demasiado a favor para ser el principal participe y autor del crimen, tenían mucho que perder pero él más. Después de todo José era su padre y ya le había declarado a ciencia cierta que los entregaría de no fugarse solo a Uruguay.

Pero no podía ni siquiera considerar entregar a Carlitos, no podía. Aunque acabase de asesinar a su padre, no entraba en su cabeza tal locura.

Lo único que produjo en Ramón la tragedia fue seguro envejecerlo prematuramente, darle ansiedad y náuseas. No podía dejar las piernas quitas, no podía controlar sus manos que no paraban de temblar. Lo único que quería era enterarse en su cama o quizás darse una ducha. Reprimirse de repente y gritar por dentro, aislado y protegido por la soledad de una pared.

Quería correr, no había visto a su madre en todo el día, no tenía noticias de ella desde la llamada que cambio su vida por completo.

Y pronto se dió cuenta de que tampoco había llorado a su padre. Lo único que quería era estar con Carlos, no dejaba de pensar en dónde podría estar, si darian fácil con él, si lo encontrarían.

¿Que chances había de que dieran justo con Carlitos?

No, no podía ser un pensamiento justo ahora mismo, estaba a punto de volverse loco. Se supone que debía llorar y disimular ante los policías.

Terminó muy tarde y salió disparado de la comisaria hacia la pensión, manejó hasta la casa de los padres de Carlos y doblo justo a la mitad de camino cuando entendió que no podía ser ese el primer lugar al que se dirigía luego de salir de dar declaración por asesinato.

Manejó como un loco, también intentó calmar eso, tampoco podía ser detenido por los milicos que controlaban el tránsito. Suspiró nervioso, estaba pegajoso en el mismo sudor que le dió el frenético día.

La imagen de Carlos cayó nuevamente en su mente como un balde de agua fría. Era una locura, pero era lo más coherente a la vez. Carlos tenía muchos motivos y casi justos para terminar con la vida de su padre, pero se preguntó cómo llegó a ese punto. Es decir, ¿Sabía del plan que el viejo había preparado para salvar a Ramón? ¿Había hablado José antes con él? Y luego se preguntó cómo carajos si su padre sabía bien el peligro que era Puch no se cuidó de antemano de él.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 30 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora