Capítulo 29: Luces como un ángel

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El viajé fue más largo de lo esperado. La carretera lucia vacía, Carlitos apenas había medido cuan lejos había llegado al momento de ir a alcanzar a Ramón, sin embargo, lo que lo hizo más tedioso fue, la inquietud que sentía viajando en el asiento de atrás de la moto.

Ramón se había negado de mala manera a dejarlo al volante y se tuvo que resignar a aceptar la rabieta, se subió con mala cara y no habló durante todo el viaje.

Los rulos le tocaban el rostro y más que el camino, prefería ver la figura danzante del morocho sobre los recientes rayos del naciente sol. Su campera de cuero tomaba brillo sobre el cielo que se empezaba a tornar anaranjado. Tuvo la iniciativa de inclinarse hacia delante, y apoyarse sobre su espalda, pero falló en la acción, de alguna forma no se animó.

Estúpidamente, como si no hubiesen compartido demasiados momentos comprometedores.

Pero ese día, algo los alejaba.

Quizás las constantes idas y vueltas que eran sus vidas y sus personalidades, quizás el miedo, quizás el asfixio, quizás el martirio.

La cabeza de Ramón era un martirio, la de Carlitos no tanto.

Fue a mitad de camino, donde el morocho cayó en cuenta, de que no quería regresar, no quería ver a Francisco, a sus padres, a Marisol y Ana, a nadie.

Quería quedarse con Carlitos para siempre en algún lugar lejano a todo, donde así pudiera privarlo de todo, hasta de él mismo. De la naturaleza infinita que parecía tener un propósito no lejos de la destruccion absoluta.

—¿Por qué paras acá?—le preguntó. Al sentir el silencio del motor y la detención lenta de la moto. Ramón no lo miró.

Se prendió un cigarro con tranquilidad, y desde  su figura curva, Carlitos podía adelantar seriedad.

—Hasta acá llegaron las armas

Le dijo volteando sobre su hombro, con un ojo achicado por la luz solar ya a pleno, los ojos azules lo miraron neutral, el rubio asintió sin alguna emoción visible, aquello, sucedería tarde o temprano, no tenía caso negarse.

Bajó de la moto con las manos sobre su abdomen, las armas estaban allí, sobre su estomago metidas en su jeans azul Oxford.
Hizo la misma jugada y no le bajó la vista de encima al morocho que tenía enfrente, quien lo vigilaba con los ojos oscuros intentando aparentar determinación suficiente para lograr intimidarlo.

Las mañanas no eran amigas de Ramón, pero esa misma, tenían una carga especial, tal oscuridad se disipaba de su cuerpo, que casi estuvo a la par de Carlitos.

Casi.

El de rizos casi emprende el camino solo, volteándose hacia los campos serenos y frondosos de aquella ruta a la distancia de todo.

—No, no.—le habló Ramón. Chistándole.—Voy yo.

Le dijo autoritariamente. Bajó de la moto con un pesar rígido y así lo alcanzó.

—¿Te pensas que soy muy boludo no?

Pero Carlitos sonrió. "Casi" pensó.

El morocho le chistó y lo cruzó con furia llevándoselo puesto, pero no inmutó al menor.

Ramón se encaminó a esconder dichas armas, en un lugar dónde solo él tuviera acceso, y supiera. Pero, claro que esto sería poco necesario, de ser posible, el secreto se lo llevaría a la tumba.

30 minutos después volvió.

Con una mueca zorruna pintada en sus marcadas facciones, la barba le asomaba más que de costumbre y lo hacía lucir un poco más mayor, dejándole dicha sensualidad.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora