Capítulo 27: Te voy a salvar esta noche

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Hacía frío, la correntada era tan helada y fría como sus facciones, era casi imposible mantenerse de pie sin ceder ante las estocadas del frío inherente que se pegaba a cada partícula de su ser, pero aún así, su figura se mantenía estancada contra el césped, el frío no lo tocaba. Nada lo hacía, ni las preocupaciones ni el cansancio, el cigarro perdía sabor en sus labios, y el humo, quedaba intacto de aroma.
Lo único que sus deseos captaban, era la tibia piel de Carlos, a quién deseaba con inmenso fervor, tenerlo junto a él otra vez.

¿Cuanto tiempo se había ido? ¿Tres semanas? ¿Un mes completo? ¿Como había aguantado tanto sin verlo? Sin asegurarse de que estuviera bien, si la sola idea de que algo le haya pasado, o que él ya no esté esperándolo, lo carcomía entero.

Así fue como analizó las próximas horas, cuando sus pies volvieron a reactivarse como una llamarada que volvía con toda prisa hacia su razón, cuando se quiso acordar, sus pies estaban en la sala del hotel, y sus manos punzantes, marcaban un número que él conocía bien. Llamó a la pensión. Y cuando la mujer de la recepción respondió, le aseguró que no veía a Carlitos desde hacía días.

Su corazón se apagó un poco más, y la llama tembló amenazando con extinguirse. Pero luego se le ocurrió llamar a la casa de sus padres.

—¿Ramón, hijo sos vos?—la voz perpleja de la mujer lo machacó instantáneamente, haciéndolo deparar, en cuanto tiempo había estado ausente, casi sintiéndose lejos de quién era realmente.

—Mamá estoy bien, escúchame, necesito un favor.—intentó sonar lo más tranquilo, y fue cuando oyó una voz grave y furiosa desde la otra línea.

Su padre reclamaba que le pasara el teléfono, y él conocía muy bien, todas aquellas palabras que se le podrían lanzar de un segundo a otro.

"Pásame con ese tarado que tengo que hablar urgente con él, pásame Ana"

—¿Vos sos pelotudo? ¿Como te vas de un día para otro sin avisar? ¿Qué cagada te mandaste?—

—Papá, avísale a Carlitos que me busque en el hotel Mariur.—y cortó.

La tensión del momento ni siquiera le llegó, la idea de tener que ligar con sus padres luego, tampoco. Tenía tanto miedo de cómo se sentía, estaba tan perdido que se sentía vacío de toda emoción, incapaz de reaccionar. Lo único que quería era perderse de nuevo en aquella cabellera rubia, entregarse al desdén que era la persona tan inhumana que era Carlitos, amarlo, a la vez que toda su cordura se obligaba a odiarlo.

Pero luego de eso, no pudo quedarse quieto. La desazón de la incertidumbre lo atacó, y el horror le llegó de lleno, una vez que oyó el ensordecedor sonido del llanto de aquel bebé, el cual oía todo el tiempo desde aquel día.
Sintió náuseas, y separó las piernas para apoyarse sobre sus manos, se restregó la cara con ellas intentando despabilarse, sobre la cama, se repartía toda su miseria. Y sus demonios enteros, bailaban sobre la alfombra, donde él podía verlos. Así, ellos le dieron una idea.

Tomó el micro, porque ese día estaba fuera de todo lo que días atrás era, no se detuvo en la idea de robar un auto como solía hacer, como solía hacer junto a Carlitos. Bajó a pura fatiga, con el cabello revuelto en pequeños rulos negros, la campera de cuero era tan abrigada, que lo mantuvo preso de calor, o quizás, era el corazón, que le latía a mil por minuto.

Inmediatamente reconoció las calles, la tierra y su aroma se le colaron por la nariz, y se sintió en casa, estaba aliviado, pero aún así no podía quedarse a entregarse a la divina sensación, debía apresurarse si quería pasar desapercibido por el barrio que ya lo conocía bastante bien.

Esquivó la esquina de su casa, mirándola desde lejos, con los ojos más rasgados que de costumbre, y una nueva sensación de pena. Pero siguió, parecía que sus piernas conocían el camino, aunque nunca lo habían transitado. Recordó las ocaciones donde esperaba en el auto, incontables veces, desde que era más joven, que su padre lo llevaba a esa casa. Ahora podía comprender el motivo, o adivinarlo. Lo usaba como una distracción para su madre, fingiendo pasar tiempo con él, cuando en realidad caía sobre la boca del lobo.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora