Capítulo 24: Un cordero de mi estilo

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Maratón 5/5.

"Un cordero de mi estilo."

Apretó los puños en el apogeo de la demandante voz de su padre, no le tembló el pulso, pero los nervios se le calaron hondo en la garganta, y sintió un sacudir de palabras listas para salir en su estómago.

—Me estoy alquilando un lugar.

—¿Desde cuando?—la incredulidad en el rostro del hombre se encimó más a la de una rabieta con gracia.

—Desde hoy.

—¿Sos pelotudo?—le preguntó de inmediato y luego abandonó su vista en él para dirigirla hacia la mujer—Es un pelotudo.

Pero Ramón sonrió. La tragedia últimamente le divertía con sorna, porque la situación quizás era una estupidez, algo que los tres sabían que pasaría tarde o temprano, pero él lo sintió en los tobillos, cuando las cadenas imaginarias de su progenitor dejaron de apretarle. Recordó el color del cabello de Carlitos, y exhaló como si los estuviera oliendo, disfrutando la fragancia.

—¿Te molestó algo de tu padre, hijo?—le preguntó su mamá, en una confidencialidad que no existía realmente, ya que el nombrado seguía ahí, parado junto a ellos.

—No es nada de eso, ya dejen de hacer tanto kilombo.

Los ojos de su mamá se apretaron, y recordó el insistente del cuarto, puso su vista en el suelo, porque la sensación todavía ameritaba de toda su paciencia, y una sensación abrumante le invadió el pecho, supo entonces con certeza lo puro y avasallador que era lo que esos dos tenían, algo de mujer, o de madre quizás.

—Déjalo, va a seguir viniendo, no le digas nada José.—dijo repentinamente. Cuando ramón ya no rondaba cerca

El hombre de ojos grises, color fundido por la vejez y los cruces trágicos de la vida. Se apartó de su lado, la miró indescriptiblemente, analizando, y a la vez distante. Fue cuando Ana notó, que le había dolido la decisión de Ramón.

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—¿Ya te vas?—le preguntó ella. Suspicaz del silencio entre sus corazones, anormalmente distantes.

—Si, tengo que arreglar unos temas.

—Déjame el número de la pensión.

El espectro de la escena, camuflaba incomodidad, se saludaron como un armado de coraje, sin expresar preocupaciones o lo que en verdad querían gritar. No hacía frío aquel día, pero a Ramón lo atrevesó una gruesa correntada al oír las palabras finales de su mamá. Se giró, sin responderlas, cerró la puerta con tanto cuidado que la cerradura no trabó, y ésta volvió a abrirse dejando ver pasó a la figura de su espalda, caminante mientras atravesaba la tranquera blanca. Los ojos verdosos de su madre, lo siguieron hasta que su imagen desapareció.

Y sus palabras quedaron aún puestas en aquel rincón, aquella entrada, sobre la alfombra de bienvenida.

"¿No vas a dejar la escuela, no?"

El morocho sabía muy bien que su padre no había querido despedirlo, de todas formas, la figura del hombre con piel gruesa y atinada de arrugas por los malos años, se le hacían más espeluznante que de costumbre, había cierta simpatía que se había desgastado entre ellos con la llegada de Carlos.

Cuando llegó a la pensión, la mujer morena de pelo atado le entregó una segunda llave, sin mirarlo, la recibió con deje de confusión y luego atinó a descubrir, que la casera conocía que Carlitos llevaría una. Agradeció la complicidad y subió casi con insistencia, rogando que el rubio aún estuviese despierto.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora