Capítulo 3 : Dulce niño en el tiempo

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Todo el misterio envuelto en Carlitos cobraba sentido, cuando lo oyó decir una frase que pronunció apenas audible, pero que por suerte escuchó con claridad. Su nacimiento había sido un milagro. Una extraña condición de su madre hizo imposible que la mujer pudiera embarazarse con el método natural. No sabe porqué, pero sonrió al oír eso. Agradeció que los milagros existan, al parecer. Y Carlos estuviera acompañándolo hoy a conocer a su padre.

—¿Vos también sos hijo único no?—preguntó Carlitos, sus rulos se movían a la par de su caminata, resaltaba en las calles aburridas de    Vicente López . Él uniforme le quedaba distinto a todos los demás, tenía brillo propio, y a pesar de llevarlo todo desprolijo, le sentaba bien.

—Se, creo que a mi ni me planearon. Cuando nací mi viejo quedó en cana.—le contó. Se sentía bien poder comentarlo con alguien, nunca tuvo un amigo muy cercano, ya que siempre cambiaban de ciudad y él tenía que adaptarse a escuelas nuevas, además, claro era que a cualquier otro chico no podía decirle el laburo de la familia con total tranquilidad, como lo hacía con Carlitos.

—¿Te molesta?—la pregunta cargada de la curiosidad del rubio le llamó la atención. Y quiso saber el porqué de aquella.

—¿A vos?—

—Si—respondió de inmediato. Lo vió encogerse de hombros.—así mis viejos tendrían en quién poner tantas expectativas y a mi me dejarían en paz.—la confesión fue interesante, al menos para Ramón. Quien asintió dándole la razón.

A pesar de todo lo que dijera, Carlitos siempre tenía una expresión esbozante de serenidad, envuelta en una sonrisa. Eso le agradaba.

~

Más tarde, cuando la noche acababa de tocar el día, salieron de la casa, se miraron punzantes, cómplices entre risas. Carlitos mantenía las mejillas rojizas, sus ojos grandes expectantes parecían brillar todavía más que todas las estrellas juntas.

—¿Qué te cayeron?—le preguntó, su cigarro parecía no acabarse. Los rulos morenos que conformaban su cabello se mecían libres con la leve brisa que los alcanzaba. Esperó atento la respuesta de Carlitos, quién lo miró con una sonrisa.

—Son unos genios, parecen tus primos o amigos más , no que tus viejos, por como te tratan.—habló. La respuesta fue agradable para el moreno, quién expulsó el humo hacia el rostro del menor. Provocando otra mirada más que incitadora.

No sabía porque, pero esos juegos entre ellos tomaban cada vez más fuerza, traspasando la línea de la privacidad, chocándose levemente con los brazos, mirándose como si fueran los únicos dónde estén dónde estén.

—¿Entonces vamos a ir a la armería?—

—Si, la que le dije a tu papá esta regalada, y es muy fácil invadirla.—respondió Carlitos.

—Genial rubio.—

Carlitos lo miró desafiante ante el apodo, terminó su cigarro y hizo un ademán de saludo con la mano. Lo próximo que vió Ramón es verlo irse por las calles vacías del barrio, tocando todo toque de queda con su apariencia desafiante, tomando las calles del Gran Buenos Aires como suyas, Carlitos era un milagro andante.

~
Débil, tambaleante ante el cansancio, pensó que la figura que se salía borrosa de la ventana era un sueño, un ángel alado que se mecía sobre la pálida sabana que lo envolvía, cuando le tocó el brazo se sintió tan real que no pudo evitar estremecerse, entre susurros inaudibles le llamó con confusión.

—Ramón, vení. Salgamos a dar una vuelta.—le dijo aquella figura. Abrió los ojos y quedó vacío de cansancio, brusco se incorporó y reconoció los rizos dorados sobre su frente pálida.

—¿Qué haces acá?—atinó a decirle, como una débil pregunta. Sonó ronco y se cayó al despertarse. Dando en cuenta que era Carlos quién estaba allí en su habitación. Con una remera amarilla y una campera arriba.

—¿Hace frío afuera?—preguntó causando una carcajada en el rubio que le sonrió, forro andando por la vida con esa belleza pegada a la jeta pensó Ramón.

—Un poquito.—le susurró guardando silencio el otro.

No sabe porqué, pero cuando Carlitos volvió a salir por la ventana, sintió un escalofrío de resignación. Se cambió poniéndose una camisa y un jeans. Agarró la primera chaqueta que encontró y salió por la misma venta, con un pie quedó medio suspendido en el aire.

—Qué boludo—se susurró a sí mismo, recordando que no era necesario salir por la ventana, deprisa volviendo a entrar a la habitación, salió de la casa no sin antes tomar las llaves del auto de su padre.

Caminó con los ojos entrecerrados por el sueño, su seriedad hizo que Carlitos soltara una risa al verlo aproximarse. Lo esperaba apoyado en el auto, con una campera de jeans en la mano, al parecer se la había quitado.

—¿A dónde vamos?—le preguntó con la voz cansada, sin aparente interés en el viaje. Pero por algún motivo estaba parado ahí frente al de rulos, cuando nadie lo obligaba.

—Decime vos—respondió con una sonrisa que quizás, arrebató todo el sueño del cuerpo del morocho. Quizás, sólo quizás, el entusiasmo lo contagió.—A donde sea Ramón.—le dijo encogiéndose de hombros.

La sombra de Carlitos era borrosa, a penas visible, quizás porque una vez que lo tenías en frente no podías prestarle atención a otra cosa.
Y Ramón era otro delirio que había arrancado muchos suspiros a varias chicas en el barrio, y con varias había estado. Pero también era un tipo que miraban de lejos, solitario y difícil de invadir, todo su misterio atribuía a su fama de galán. Galán.

No se como dormís de noche, con todos los encantos de estar despierto cuando nadie mas.—le habló Carlitos después de un rato, con la mirada puesta en los árboles que se veían como mantos oscuros en el camino.

—Que vos seas de otro planeta no quiere decir que yo si.—respondió Ramon, con seriedad desmedida.

Entonces el rubio volteó a verlo, le sonrió débilmente y volvió a dirigir su mirada hacia la ventanilla del coche.

—Quién habló de otro planeta...—susurró.

—La verdad, que seguramente hasta vengas de otra galaxia.—

—¿Tan así me ves?—la pregunta dejó en silencio al morocho, quién lo miró se arriba a abajo sin saber que responder. No quería decirle cuánto le fascinaba su presencia, ni cuánto le extrañaba su forma de ser. Estaba acostumbrado a dejar esos sentimientos para él.

—Frena acá.—pidió de pronto. Ramon achinó los ojos intentando divisar aparentemente una estación de servicio.—Quiero comprar golosinas.—

A regañadientes estacionó el auto, cuando Carlitos bajó alejándose para luego entrar al negocio, se llevó una mano al pelo suspirando nervioso. Ni siquiera sabía porque le hacía caso, hacía dos semanas era alguien totalmente antipático, ahora estaba con un pendejo comprando caramelos a las dos de la madrugada.
Le gustaba llamarlo así, a pesar de descubrir recientemente que tenían la misma edad, cosa que sorprendió a Ramon.

Un sonido brusco lo sacó de sus pensamientos, era él, con los rulos al viento, una mirada pendeja en la cara y una bolsa en su mano izquierda.

—Te traje chocolate.—le dijo para luego entrar al auto.

No solo la perspectiva de tenerlo lamiendo un chupetin al lado suyo le gustó, tampoco el sabor del chocolate en su boca. Sino, la descarez que manejaba aquel pibe, que podía robar lo que quisiera, y lo hacía. Sino, como entraba a comprar golosinas como si nada.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora