Capítulo 13: Chico tonto bajo la lluvia

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Ramón se mantuvo embelesado con la figura del chico enrulado a su lado, acomodado perfectamente sobre su brazo derecho. No se durmió por las horas que quedaban, la cabeza no se lo permitió. El resoplar constante del viento afuera era consolador, daba una paz absoluta digna de disfrutar.
Lo podía observar como quería, quieto y sin prisa. Atajando las bochornosas imágenes que lo dejaban sumiso y solitario, desafiando una vez más sus límites, quiso borrarlos.
Fue como si la imagen que sus ojos procesaban no podía ignorarse de ninguna forma.
Ambos cuerpos emanaban una calidez que los comprendían entre sus dudas muertas, el morocho creyó mejor evitarse las dudas por esa noche. Pensó que lo más adecuado sería dejar los interrogantes puertas afuera. La delicadez de Carlitos era mágica, te hacía replantearte muchas cosas, pero su belleza quitaba cualquier barrera. No te resistías a los firmamentos de su voz, a sus ojos fluorescentes repletos de vida o a sus labios azucarados.

Pronto localizó poco a poco la impresión de que Carlitos era un hechizo constante para todo el que lo conociera o cruzara. Bobamente lo invadió el miedo de aquello, y por otro lado abrazó la cuestión dada, de que al menos no era él único. Podía suspirar en paz.
Pero no fue mucho después cuando entendió que quizás era cierto, la belleza era una condena, aunque el chico se haya acostumbrado a los acosos no dejaban de ser nefastos.

La bruma de la mañana descendía tomando forma, la oscuridad del cielo frío y solitario de estrellas se tornaba de un gris fuerte, la noción de la hora lo despabiló. Para ese tiempo ya tenia contados todos los lunares en el rostro pálido y terso, descubrió en la falta de marcas y la suavidad en ella, que procedían a que el chico en sus brazos no se afeitaba, era lampiño.
Sus pestañas apenas se arqueaban, las finas que eran color cobrizo se juntaban formando lazos más gruesos, algo así a cómo quedan las pestañas maquilladas de rímel.

Tanto tiempo duró la inspección que lo dejó satisfecho, sentía que abrazaba la certeza de conocerlo un poco más, aunque sea superficialmente, porque bien tenía en claro que Carlitos no era nada de lo que parecía.
Pensó también en la idiotez humana. En que nos hace creer que porque algo tiene una apariencia firmamos con los ojos vendados que es de tal forma. Y porqué nos cuenta tanto convencernos de la verdad del contendido del envase.

Pero la filosofía que nunca creyó poseer le duró poco mediante su fatiga crecía, pero no podía tenderse sobre la almohada y dormir, porque afuera el cielo anunciaba el amanecer. A pesar del grisáceo del ambiente y la humedad en cada partícula latente. Ese día no podía faltarse a clases, las pruebas les llovían a todos los alumnos y ajetreaban el transcurso de todo en sus rutinas.

—Carlitos....—

Quedó inmóvil viéndolo despejarse, pero luego sonrió al verlo acostarse nuevamente a merced de volver a dormirse.

—Dale boludo levanta el culo, hay que ir a la escuela.—el llamado no hizo nada en el otro, quién lo ignoró retomando su suave ronquido.

—Dale tarado

Luego del insulto lo empujó con brusquedad arrojándolo al colchón del suelo. Quedaba tanto que decir en sus miradas que los hizo sonreír con instinto a arrogarse algo. Carlitos le lanzó la almohada bajo de él, con una sonrisa que parecía pintada de alguna pintura digna de un museo. Sus dientes blancos se mostraron cuando sus labios tomaron una curva hacia la derecha. El sobresalto no le molestó en lo más mínimo, aún con la tiranía de las órdenes de Ramón que acataban que se levantara y se cambiara rápido en el baño.

Verlo levantarse y alcanzar su altura máxima con el torso pálido y delicado, fue una penumbra imposible de sobrellevar, el morocho intentó no mirarlo o al menos demasiado. Pero sus esfuerzos eran inútiles, la delicadeza con que se contorneaban los pliegues de su piel y sus suaves clavículas acompañadas de más lunares lo desquiciaron.
La casi invisible carne que formaban su abdomen parecía más a los de las mujeres, otro rasgo aparente de su belleza, movió alguna tecla en la cordura de Ramón. Que hacía tiempo no le respondía.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora