La mueca que se formó en su rostro como una sonrisa embelesaba la trampa que eran sus ojos, eternos faroles que alumbraban cualquiera de tus penumbras. Sacaban a flote tu lado más vulnerable, y quedabas expuesto ante él.
Lo vio sonreír como un niño que descubre dulces en tu mano, correteó libre sobre la tempestad que eran las calles inundadas de vida muerta. De pronto se frenó, los rulos que se le desataban por el rostro se pegaron a el a causa del brusco movimiento.—¡Allá Ramón! Mira todos los autos que están estacionados en esa estación—dijo tan rápido como la emoción le permitió. El morocho contorneó su propia sonrisa, afirmando y le dio pie para que fuera adelante sigilosamente.
Lo vio avanzar escabulléndose sobre el manto frente a ellos, a la imagen de la estación de servicio, lo admiró y se veía tan propio de sus actos, no contenía ningún movimiento de más, no se movía con desproporción. Su delicada figura se burlaba de la noche y de los trabajadores que estaban allí, sin notarlo, ajenos a la divinidad que tenían en frente.
Se metió entre los árboles que conformaban una cerca superficial al rededor de la manzana, allí agachado esperó a que todos se alejaran del vehículo. Ramón lo vio incorporarse ligeramente, poniendo su vista en la gama de colores que tenía en frente, pareció elegir, ausente de que era un momento culminante, cuando pareció decidirse se agachó con la sonrisa más simple pero más rica que pudo sacar.De pronto se giró sobre sus rodillas, con los ligeros rizos sobre sus orbes eternos en vida, sus ojos se encontraron e hicieron de un baile un concierto, o al menos así lo sintieron ellos, que no pudieron evitar la sonrisa con el nombre del otro, Carlitos le guiñó el ojo avisándole que estaba a punto de actuar, se enderezó y salió disparado hacia el vehículo gris, escondiéndose detrás del cuerpo del auto.
Ramón lo esperó detrás de un pino, sobre la distancia prudente en la que se mantenía, sintió que se le encendió la adrenalina de la inevitable emoción, también la conmoción lo sacudió, al ver al ángel en pleno acto llevado a cabo con los ligamentos que conformaban su naturaleza. Se sintió privilegiado al ser su secuaz, no sentía el gusto del tabaco, ni la brisa pegada al rostro helado, no sentía ni sus dedos aferrados al tronco del árbol. Estaba paralizado, detenido únicamente en los movimientos de Carlitos, que se desplegaban con magnificencia. ¿Acaso era normal que un ladron despliegue tal acto? O solo éste tipo, con rizos y rostro angelical.
Cuando el sonido del motor encendiéndose lo despertó, llego solo a notar el vehículo acercándose a él a toda velocidad, violando la entrada principal de la estación y llegando por el costado derribando cualquier cosa que se encontrara en el camino, sonrió sin vergüenza, ante el lío desprolijo que Carlitos había hecho, por primera vez el bochorno no lo afectó, no se sintió preocupado por el grito de los hombres que corrían hacia ellos ni por todo lo que se había roto en el camino, se subió al auto ni bien lo tuvo encima y cerró la puerta aún con el coche en movimiento.
Que buen momento.
Las risas estallaron en las cuadradas paredes del coche, estrellándose en sus oídos y endulzándose a cada ritmo frenético de una sonora carcajada. Aquellas que le gustaba tanto oír.
—¿Viste que te dije que podía robar cosas grandes?—
—Ahora ya se, pero no te agrandes rubio.—admitió. Percatándose de la ligera onza en sus ojos claros sobre el camino.
Lo examinó mientras conducía, con la libertad sobre sus pómulos realzados a causa de su sonrisa, la que nunca descendía. Se veía bien, entero, vivaz, ágil. No mantenía ambas manos en el volante, una la dejaba libre para moverla a su antojo, marcando los cambios, sobre su mejilla, recogiendo su cabello, o en el respaldo de su asiento, no pudo evitar estirar la cabeza hasta tocar ese brazo, depositó un beso que no pudo contener. Captando la atención de sus ojos, no dejó de sonreírle y sintió como ese mismo brazo se acercaba a él y sus dedos tomaban con delicadeza su pelo negro.
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Los dioses resplandecen |El Ángel|
Fanfic-El Diablo es rubio. Y en sus azules ojos, se encendió el amor. Con sus calzones rojos, el diablo me parece encantador. -Pensar que alguna vez fui un bebé.- -Y ahora sos un hijo de puta.