Buenos Aires, Olivos
1970Lo despertó la tétrica voz en su mente. Como se le había hecho costumbre durante las largas noches que no hacían más que brindarle pesadillas. Aunque ahora resultaban más llevaderas, gracias a la presencia tan demandante de Carlitos. Quién dormía, y aún seguía brillando, la noche no era partícipe de envidia tal, tanta majestuosidad resultaba aún más espeluznante que la ensordecedora oscuridad.
¿Como podía el hijo de puta dormir con tanta paz? ¿De que circo había venido tal semejante?
¿Porqué no lucia como el típico asesino de las películas o libros? ¿Porqué no podía sentirse espantado ante él?La mañana llegó y con ella más interrogantes, de las que su mente renegaba fatigada, y su cuerpo sufría las consecuencias. En una posición abstracta, espero el primer reflejo del día, hasta que lo vio posarse sobre su almohada , muy cerca de su rostro. Sus manos acomodadas una sobre la otra encima de su pecho, no le daban más que una actitud perturbada, después de todo, no había podido pegar un ojo en casi toda la noche.
Pronto, sus manos se desataron, y se deshizo de las frazadas mientras ponía su vista en el entrecejo tranquilo del rubio sobre el piso.
El tenía la culpa de sus noches de insomnio.
Bajó hasta su colchón, sabiendo que la casa estaba abandonada por unas cuantas horas, o algo así le había dicho su padre detrás de la puerta apenas dieron las 6 AM.
Se acurruco detrás de él, mientras su aliento tocaba la piel de su nunca, los rulos le acariciaron la nariz, y tembló ante la sensación embriagadora y el aroma que se desataba de su tibio cuerpo. Tenía ganas de él, y no podía hacer mucho para combatir sus ansias.Depositó pequeños besos en la calidez de su cuello, desnudo y vulnerable ante sus labios. Sintió como se removía debajo de él, con la pesadez del sueño aún somnoliento.
—Ramón...—le pidió. En un intento en vano de que lo dejara seguir durmiendo.
—Estamos solos...—le dijo ignorándolo. Mientras esperaba una respuesta ante la propuesta.
Le dió la inmediata sensación de que había sonreído, con los ojos aún cerrados, y los cabellos de Ángel eternos rizados. Lo apretó más a su cuerpo, como hacía cada vez que su "hombría muerta" le permitía, cuando renunciaba a los lechos inculcados en los hombres, de la figura perfecta masculina.
Ahora tales pesos culturales, le parecían ridiculos. Y suponía que cualquier hombre terminaría con el mismo pensamiento si conociera a Carlitos, con todos sus defectos pulidos con disimulo y su Perfecto vaivén para andar sobre la vida, siempre encima.
Sintió la tibieza de sus manos más pequeñas que las suyas sobre su cuello, bajó la vista y se dedicó a disfrutar del beso poco demandante que le otorgaba, aún con la fatiga reciente. No pudo evitar removerse con una risa atajada, el rubio también sonrió al verlo y repitió la acción, Ramón se curvó hacia delante sin poder contener la risa. Y Carlitos le dijo:
—No sabes lo linda que es tu risa.
—No sabes lo lindo que sos vos.
Sus pieles contoneándose en perfectos matices nítidos se buscaban cómo podían, mientras se lanzaba sobre su cuerpo a comenzar la batalla más placentera de pelear, la demanda de sus labios. Sintió el peso de Carlitos sobre su cadera, y bajó sus manos hasta sus muslos. Acarició la suavidad de su piel y agradeció haberlo dejado dormir sin pantalón en la noche cuando le preguntó si podía.
Estaban sumergidos en los jadeos de sus voces, enternecidas en una perfecta melodía aún más vivaz que cualquier otro gemido ajeno, el roce y el sonido de sus bocas al chocarse y despegarse había inundado la habitación, la casa, y el mundo, en sus cabezas.
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Los dioses resplandecen |El Ángel|
Fanfic-El Diablo es rubio. Y en sus azules ojos, se encendió el amor. Con sus calzones rojos, el diablo me parece encantador. -Pensar que alguna vez fui un bebé.- -Y ahora sos un hijo de puta.