Capítulo 17: Un ladrillo más en el muro

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El despertar más atractivo era el de tenerlo consigo, junto a su cuerpo, en las mañanas donde la desolación quedaba puertas afuera, donde su tibia presencia pretendía encenderlo en llamas, dentro de su alma y cuerpo, Carlitos era un bebé cuando dormía, aún más que despierto. Le traía cierta ternura, la que había experimentado por primera vez en su vida solo cuando lo conoció, cuando lo oyó decirle "Ramón" cuando lo oyó reír, cuando sintió sus brazos, y cuando sintió su resplandor.

Pero bajo su cuerpo, el sudor del rubio no era producto de la cercanía de sus cuerpos, las pesadillas habían contra atacado con su mente donde el sueño le era imposible de esquivar. Sufrió toda la noche, en silencio, sin dar señales de más.

El recuerdo de Francisco, o "el gordo" como le decían ellos, lo había sacudido de una forma penetrante que solo se hizo notoria en la noche, cuando era imposible escapar de la conciencia, podías negar todo durante el día, podías ser el mayor muro de piedras, y sobre la oscuridad de las horas nocturnas, en el silencio destructor, el muro se destruía por completo, quedabas solo con tus actos, con el peso de tu conciencia, con tus recuerdos.

Nadie escapaba de la conciencia al dormir.

Ni él.

—Dale putito, si sos tan gallito anda otra vez a decirle a tu mamita—le dijo el gordo, con los pómulos realzados por la ira, la boca pulida y los ojos nutridos en rabia.

—¿Le pinchamos las ruedas muchachos?—dijo otro chico detrás, el más joven de los cuatro.

Carlitos levantó la vista por primera vez desde que lo habían encapsulado en una especie de círculo donde no hacían más que agarrarlo de los rulos y zarandearlo entre uno y otro para así golpearlo. Por primera vez en el día sus facciones delicadas y finas se contornearon en algo así como la tristeza, se sintió miserable y la bronca de la impotencia lo atacaron. Las lágrimas se le deslizaron por las mejillas hinchadas de las trompadas, sus zapatillas Adidas blancas quedaron salpicadas de sangre, sobre las pisadas brindadas por los muchachos rato antes.

—Anda ricitos a jugar con tus muñecas.

Fue lo último que le dijo el gordo, cuando le devolvió la moto sobre sus rodillas, plantada sobre el cemento con las ruedas desinfladas. Pero eso no lo enojó, al menos ya no estaban sobre él golpeándolo.

El sueño le recorrió el rostro en varias gotas de sudor, reflejando cada sensación tortuosa, así, el cuerpo en un grito ahogado reaccionó y se sacudió sobre las sábanas. Abrió los párpados de lleno, percatándose de la realidad, del sueño y la pesadilla del recuerdo, y sobre la noche, unos brazos firmes lo atraparon.
Sobre su pecho lo sostuvieron, acomodándolo nuevamente en la almohada, se relajó con lentitud respirando profundo, las frías lágrimas le empañaban los ojos. El sollozo ahogado se escuchó sobre la noche, martirizando el corazón de Ramón, que lo apretujó en su pecho lo más fuerte que pudo.

—¿Estás bien amor?—le preguntó en un susurro suave.

La palabra que utilizó, jamás nombrada a nadie, fue arrancada de su corazón en un momento de desesperación al verlo tan débil y tambaleante, sintió miedo por primera vez ante el dolor de otra persona. Sintió su tristeza como propia, y eso le respondió varias interrogantes.

El menor en sus brazos, se aferró a él como un niño que esta perdido, hasta de él mismo. Sin conocerlo en una situación así, el morocho sintió la urgencia de llamar a sus padres, los únicos más cerca. Luego se percató de que estaban durmiendo en la misma cama, ni siquiera se había molestado en bajar el colchón.

—Agua Ramón

Le susurró el chico, con la voz apagada y lejana, la situación se le hizo enorme a Ramón, quién asintió y se bajó de la cama, sintiendo el frío al soltarlo, sin estar muy convencido de dejarlo solo, al fin, se dispuso a ir por la bebida lo más rápido posible.

—Tomá despacio—le dijo una vez con el vaso en la mano. Sin embargo Carlitos no obedeció y se lo empinó hasta casi atragantarse.

—¿Qué soñabas?—le preguntó. Con una mano capturaba sus rizos y con la otra recibía el vaso nuevamente.

—Nada, una pelotudes mía

—Saltaste del colchón

—No fue nada, a veces me pasa. Deja

Ramón contorneó las cejas, lo miró sin creerse una sola palabra, pero luego lo volvió a acuñar sobre su pecho desnudó. Las palpitaciones provenientes del corazón de Carlitos lo tranquilizaron, y sin saberlo, al rubio también. Sus pieles sin ropa, volvieron a tomar calor con lentitud, como si se pertenecieran rogando el contacto.

Los sonidos armoniosos de sus respiraciones contrarrestados por la noche, tomaban cada parte de sus sentidos capturándolos en sensaciones, la urgencia arrastró al deseo, y el morocho tuvo la idea de comenzar a repartirle ligeros besos sobre el rostro, como lo hizo...
Carlitos se recostó sobre la cama, sintiendo los labios de Ramón sobre su abdomen, el calor en ese invierno solo les pertenecía a ellos, no había nadie más dueño de aquella calidez que parecía inextinguible.

—Ahí...—le indicó. Sus ojos se encontraron y las mejillas de ambos se colorearon.

Ramón quiso cumplirle el deseo. Le desabotonó el jeans y lo bajó al igual que su ropa interior, roja. Le pareció tentadora. Aquel color parecía propio solo del mismo Carlitos, ambos eran uno, no era el color y por otro lado Carlos, eran uno mismo.

La noche se enterneció con sus jadeos, el brillo de sus ojos volvió a encenderse y él no pudo sentirse más a gusto con habérselo devuelto, Ramón sin saberlo encendía cada rasgo suyo, cada parte, oscura y pálida, cada tintinear, sea bueno o malo. Poco a poco desencadenaba las cadenas del destino forzado que los hacía moverse como armas, piezas en un juego de ajedrez.

Solo ahí sobre la noche, brindándole caprichos. Se volvía más propicio a ser devorado.

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—Lo que dije. Voy a dejar la escuela.

—¡Carlos! Estás a nada de terminar, no nos podes hacer esto.

Su madre parecía gastar el piso de la sala con sus pasos apresurados y nerviosos, sin saber cómo entrometerse en los gritos de su marido, había escogido la comodidad de la lejanía.

El de rizos por su parte se enfrentaba sólo al "jefe" de la casa, al parecer de su vida también. Pero ahora mismo le quitaba el poder, se lo arrancaba con la ira que nunca le había devuelto, con los reproches que nunca le había lanzado y que se había tragado solo pudriéndose con lentitud.

La pared de ladrillos se estaba construyendo frente a ellos, alejándolos de su ser, de sus decisiones y de lo que él en verdad era. Por ese momento, pasaron a ser parte del muro.

Y Carlitos desconocía, que los que en verdad te aman, están detrás de la pared.
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Si, re fan de Pink Floyd y qué

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora