Capítulo 26: Mientras te busco; me postergo.

497 44 4
                                    

Caminaban zarandeados sobre las estrepitosas calles finas de Buenos Aires, les era imposible de mantener el equilibrio, iban por el sexto cigarro de las últimas horas, a pesar de las crecientes náuseas.

Carlitos se mecía sobre la izquierda del asfalto, tarareando alguna canción de Billy bond, o eso supuso Ramón, que sabía cuánto le fascinaba. Por su parte, lo observaba de lejos, a pesar de estar junto a él, sentía su respiración muy de cerca, y la verdad, es que casi ni se tocaban.

Pero estaban agarrados del brazo.

Se le estrujó el corazón, se le meció la razón y las náuseas se le mezclaron en el cerebro, porque sus pensamientos fueron revueltos como un torbellino. Y todo esto, sucedía, junto al rubio, que parecía más ausente que de costumbre. Carlos vivía ausente. Y aquel pensamiento, lo desmoronó.
Le surgieron las terribles ganas de increpárselo, de dar a torcer el brazo, y dar la vuelta para volver a la casa de sus padres. Y sonó en la ensalada que era su mente, como un cobarde.
Pero aquel sujeto sostenido junto a él, lo volvía tan vulnerable que todas sus acciones quedaban envueltas en cobardía.

Tenía miedo de irse. Tenía miedo de quedarse.
Tenía miedo de dejarlo, tenía miedo de seguirlo. Pero no aquel miedo espeluznante del terror, era miedo con dolor.

Así fue cuando no notó la laguna que habían creado sus lágrimas sobre sus mejillas, mientras caminaba, mientras observaba sus zapato negros, mientras la calle se hacía borrosa, y el agarre de Carlitos se desmontaba.

—¿Estás llorando?—le preguntó. Y oírlo fue causante de más lamento.

—Culpa del alcohol

—Es la primera vez que te veo llorar borracho.—le confesó Carlitos.

Asintió aún sin despejar la suela del suelo.

—Siempre lloras sobrio.

Un suave quejido se le escapó de los labios, mientras el brazo sobre el suyo se hacía más liviano, la razón le carcomía más de lo usual, y la presencia de Carlitos le comía todo el ser.

—Nunca lloro.

—Mentís.

—¿Y vos que sabes?

Se detuvo en lo chispeante de la luna, que los vigilaba siendo testigo del momento trágico cómico que estaban haciendo sobre la autopista. La voz de Carlos era más suave, y las palabras le salían con más ligereza, si hubiese estado en su sano juicio, estaría más que hecho un lío de risas sobre el suelo.

—Decime que te pasa, ¡Dale!

—¡No ves que fue el vino!

—¿Y cuando llorabas dormido qué fue?

La pregunta lo desorbitó. Se paró en seco y lo miró con los ojos hundidos en oscuridad, pero vacíos. Todo el alcohol se le agrupó en una nueva acción, y gracias al bendito cielo, sus piernas obedecieron, lo condujeron girando sobre la calle, a espaldas de Carlitos, y empezaron su recorrido. Ante los ojos pálidos y desorientados del rubio, el morocho siguió sin dar demasiado revuelo a sus pensamientos cada vez más revueltos.

Fue una gran sorpresa, cuando vio la cabellera rubia alcanzarlo y tomar paso delante de él, caminando tambaleante, con las manos sobre la campera marrón que le quedaba enorme.
Lo siguió. O quizás solo acotó el llamado de su cuerpo despotricado, del constante y ensordecedor llamado que resultaba el ser junto a él.

Lo siguió, incapaz de apartarse, tras la figura se extendió su sombra también, junto a la suya, sobre frías calles vacías que nadie reclamaba, y que ahora ellos robaban como suyas. Lo vio acomodarse el cabello, y sacar un cigarro entre sus labios, lo veía desde la noche, y con el corazón salido del pecho.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora