Capítulo 10: Estaban sus ojos, desarmandote

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La incomodidad en sus ojos era notable, apartó unos rulos de su frente sin reprocharse internamente la acción, solo se permitió hacerlo, aprovechando la mirada distraída de su madre, quién juntaba unos hielos para proporcionarle al labio herido de Carlitos.
El rubio lo observó hacerlo y se dejó tocar, frío como la porcelana con la piel tersa a pesar de la tierra en ella. Eran uno de los tantos momentos en los que sus miradas delataban algo más que una simple relación de compañeros, de "amiguitos de escuela" de socios de pechorias. Contra la mirada pálida Ramón no podía jamás, y era consiente que en sus ojos se reflejaban todas las emociones que reprimía tan mal. Y aún así quedaba desvestido ante el momento, sin saber siquiera cuando podría respirar con normalidad, asfixiado por los encantos del rubio.

Hasta todo golpeado y con tierra dentro de la nariz era divino.

—Toma Carlitos, ¿Te lo paso yo?—le preguntó con dulzura Ana, ante la mirada seria de su hijo junto a ella.

—Bueno.—respondió Carlitos con amabilidad.

Ramón se quedó en su sitio, teniendo que soportar ciertos celos a causa de la escena frente a él, sin saber de que lado provenían, de que alguien sea tan dulce y esté robando la atención de Carlos, o por su madre, quién solo lo mimaba y encaprichaba a él.
Últimamente Ramón no comprendía nada.

—¿Sabes quienes fueron?

Se repartieron una mirada, seria y discreta. Ramón estuvo a punto de responder por él, pero cayó. Dandole con la vista la orden a Carlitos de que tampoco dijera nada, si su madre se metía probablemente aquellos hijos de puta no tendrían su merecido como debiera.

—No.

—¿Por qué no vas a la cocina y llamas a tu mamá corazón?—le dijo la mujer con la dulzura acomodada en cada palabra. Aún así, la sensualidad que desprendía era tan notoria que  regocijaban al joven rubio.

Asintió y se dejó guiar por la mujer. No sin antes dedicarle una última mirada al morocho, que lo vio irse con los ojos grandes, oscuros y decididos, a concretar un plan que hacía tiempo venía rondando en su mente.
Luego de que ellos se marcharan, salió del comedor dispuesto a bajar hacia el lugar privado de su padre, examinó las armas delante de él, los cuchillos afilados coleccionados por el hombre, desfiló ante ellos, con la mirada endurecida. Eligió uno, que era el más angosto, con la punta casi doblada, el cuerpo del objeto era marrón cocido con cuero. Lo guardó en su campera, y con sigilo volvió a subir.

Se encontró a su madre otra vez en el comedor, lo miró y se acercó a él con una mueca.

—¿Por qué mejor no lo acompañas vos a Carlitos hasta su casa?—

No tuvo que pensarlo mucho para asentir, lo buscó con la vista y no lo vió en la cocina, salió preparado hacia la puerta principal esperando verlo allí, pero al cruzar el pasillo notó la puerta de su habitación entre abierta.
Entonces atravesó el marco hacia el cuarto, y lo encontró allí, parado, con sus cosas en las manos.

—¿Qué haces Carlitos?—le dijo con una sonrisa.—¿La queres?—preguntó, refiriéndose a la revista que sostenía, con mujeres desnudas en la tapa.

Sin embargo el rostro de Carlos era sereno y relajado, como si en realidad estuviera viendo una revista con fotografías de animales o algún paisaje. Levantó la vista hacia Ramón y enmarcó una ceja.

—No gracias, prefiero las de motos y autos.—respondió con sinceridad.—¿Así que éste es tu entretenimiento?—le dijo divertido. Con las palabras algo torcidas, debido a la hinchazón de su labio.

Ramón no tenía motivo para avergonzarse, pero de igual manera se sintió así, no respondió y siguió con la mirada fija hacia el frente mientras el rubio pasada al lado de él abandonando el cuarto.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora