Capítulo 28: El peso de las almas

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Examinó su rostro bajo la tenue sombra sobre sus facciones, no pudo pegar un ojo en toda la noche, la cama se sentía extraña, su cuerpo estaba adolorido aún y su corazón, extremadamente apretado. Lo último, era insoportable.
Se desplegó los ligeros mechones que le caían sobre la frente, soplándolos suavemente apartándolos con un leve viento. Los ojos verdes de Ramón estaban cerrados, y desde que se había dormido, sentía la urgencia de verlos nuevamente. Porque solo aquellos dos Iris, pequeños y rasgados, le traían la cordura que nunca había tenido en la vida, necesitaba explorarlos, y así, encontrarse, porque era consciente, de que cuando no los miraba, estaba sumergido por completo en aquella oscuridad con la que había nacido.

Doblegó su suerte sin preocuparse, y se levantó abandonando el deseo de contemplar al morocho y su mirada despierta, se vistió y salió, no sin antes llevarse un cigarro a los labios.

Abandonó el hotel observándolo con total atención, los recepcionistas del vestíbulo y varios hospedados dejaron sus intereses propios para observar al chico de rulos caminar sobre la cerámica dorada.

Sin dudas, el brillaba más que cualquier adorno del decorado, del gran establecimiento.

Pero Carlitos como siempre, no se percató de aquello, o solo, se limitó a silbar una canción conocida ignorando aquellos ojos curiosos sobre su figura.

Dejar a Ramón tanto tiempo sería un problema, pero no podía contentarse, y menos pegarse a la idea de hacer algo como quedarse junto a él en la habitación, cuando le surgían unas inmensas ganas de investigar la zona. Porque odiaba al fin y al cabo la sensación que daba, la responsabilidad reclamada.

Pero para cuando había inspeccionado el lugar, descubrió que el ardor en la lengua, y las ansias acumuladas en el estómago no se le habían ido, ni siquiera disminuido. Fue un problema. Siempre era un problema, cuando la adrenalina no era perfecta ni siquiera suficiente, cuando se sentía abatido por la rutinaria vida, que al fin y al cabo, era la vida. Algo de lo que quería escapar, lograba encerrarlo de todos modos, en aquellas situaciones donde se sentía preso.
Y sin quererlo ni notarlo, esa misma presión se le hacía en la garganta, intentaba pensar en otra cosa, pero sus pulmones parecían contraídos y el oxígeno no pasaba de su garganta hacia ellos.

Tosió, sacando de repente el pucho de su boca, y se cubrió con la mano izquierda. Fue totalmente en vano cuando sintió cada vez menos aire en el ambiente, y tuvo que dejar repentinamente del bar saliendo afuera.

¿La ansiedad también podía inducirle ataques de un asma ya del pasado? Parecía que si.

La ansiedad arrasaba con todo, y luego lo del volvía de repente, aplastando todo a su paso con una marea de agua que parecía interminable.

Cuando sus ojos se llenaron de lágrimas por la fuerza que estaba haciendo con su garganta, tuvo que agacharse y apoyar ambas manos sobre sus rodillas, allí en el medio de la vereda, frente a un bar de mala muerte, tan solo como hubiese podido sentirse, pero que no se sintió.

Uno de los mozos, alto y de piel morena, se acercó rápidamente, saliendo casi disparado hacia él, lo tomó detrás de los hombros rozándole la espalda.

—Pibe, ¿estás bien?

No respondió, no podía hacerlo, solo abrió sus ojos hinchados y lo observó.

Tembló. Se parecía a Ramón.

Ramón.

Asintió, cuando el corazón se le estrujó, recuperó un poco de oxígeno. Cerro sus ojos inhalando el aire puro y cuando sintió el primer segundo de recuperación, volvió a enderezarse y su rostro volvió a la neutralidad de siempre. Aún le caían ligeras lágrimas.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora