Capítulo 8: Para morir primero hay que nacer.

722 67 13
                                    


Vallan a leer "Diablo con rizos", empecé el capítulo uno y les prometo que está interesante <3




La similitud de sus ojos con los de su padre eran notables, a pesar de la diferencia de años, bajo los pliegues y bolsas del hombre, podían apreciarse los mismos orbes encantadores de Ramón. Se observó con detalle, mientras se afeitaba, con la mirada puesta más fuera del espejo que en él.
Se detuvo después de enjuagarse, mirándose  esta vez más a fondo, hizo muecas y sonrió falsamente, concentrándose como si estuviera frente a alguna cámara. Un nuevo brillo surgió de sus ojos, y esta vez, había una diferencia con los de su padre. Porque Ramón fantaseaba con ser un cantante, un actor, un relator, alguien más que un simple ladronzuelo. Y ese sueño era el que los hacían brillar. Sonrió estúpidamente, para secarse con la toalla. Dejando allí los deseos y las ansias de la fama, sintiéndose lejos de aquella abrumadora fantasía loca.

Salió del baño, terminando de colocarse una remera, bajo el silencio de la sala ausente de su padre, pronto la sensación de escuchar unas voces detuvo su caminata. Cambió su rumbo cambiándolo de la pieza hacia la cocina, antes de llegar, se detuvo a centímetros del marco, pudiendo escucharlas con claridad.

La sorpresa fue grande al reconocer la voz de Carlitos, abrió los ojos y enmarcó las cejas, se juntó más a la pared quedando sumergido entre la sombra de una abertura a otra.

—Cumplí 18 en enero.—lo oyó decir. Con la voz aniñada y clara.

—La misma edad de Ramón entonces, no lo habría notado.—respondió su mamá con una dulzura que al morocho le cayó amarga.—Deben ser muy unidos, mi hijo no suele traer amigos a casa...

A Ramón le pareció tener la cara hirviendo y sospechó estar al rojo fuego. Apretó los labios sintiéndose un poco vulnerable al oír a su madre hablarle de él a Carlitos.

—¿Y porqué te cambiaron a una escuela industrial a esta altura?—

—Mi abuelo, el aleman antes de morir le pidió a mi papá que quería verme como un ingeniero.—escuchó responder a Carlitos con rapidez, solo su voz bastó para crearle la imagen en su mente de todos sus gestos.

Se molestó sin saber realmente porqué. Salió de allí con sigilo y se encaminó hasta su pieza a un paso ligero.
Se sentó sobre la cama con molestia, tomando sus cigarros de encima del colchón y prendiéndolo aún con molestia. Con el paso de los minutos sintió que su sangre se congelaba, perdiendo la rabia y dejándola lejos de algún rincón.

Se paró frente a la ventana, tomando una revista, sin ganas de leerla realmente, abriendo sus páginas buscando distraerse. Queriendo olvidar el motivo de la pregunta que se le atravesaba una y otra vez en su mente. ¿Porqué había caído Carlitos a su casa? El pibe lo mareaba, primero le jugueteaba presentándosele como un gatito indefenso que no podía defenderse, luego lo encontraba ignorándolo, fingiendo no conocerlo, después se devana abrazar y al rato se iba como si él fuera un extraño nuevamente. Y ahí estaba otra vez, buscándolo.

—Mierda Carlos.

Susurró. Con la cabeza echa un lío, totalmente embarullada en sentimientos e interrogantes. La calidez que se acogía en su pecho, sumándosele a la respiración irregular que le surgía cada vez que él utilizaba sus encantos.

—¿Decías algo?—le habló una voz detrás de él.

Se volteó de inmediato. Y ahí estaba. El príncipe en todo su resplandor, con el cabello mecido con gracia y su mirada suplicante en diversión, que le atribuía ideas inoportunas e indecentes. Que se suponía, no debía sentir por otro hombre. Le sonrió con zorruna, lanzándole una mirada inocente, cuando los dos tenían muy en claro que no era nada de eso.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora