La figura interminable de su brillo se movía con tentempié sobre la alfombra de pelusa color miel, tenía la facilidad de destruirse completamente ante lo ajeno, lo que no le pertenecía. Pero a fin de cuentas él no creía en eso, no creía en las apropiaciones, no aceptaba esa idea. Robaba desde siempre, porque la naturaleza le pisaba los talones con más fuerza de la que cualquiera pudiera entender, sus convicciones estaban mal a la vista de todos, a sus ojos, el lío era exquisito y la voz de lo prohibido gritaba como él rugir de un León que proclama su territorio.
Cuando era un niño de pelo capturado por el gel con que solía peinarlo su madre, se iba de los kioscos con los bolsillos llenos de caramelos, que no le habían comprado ni regalado. La libertad le pulía las ideas, y las concretaba con los ojos ciegos, porque la confianza no se le negaba a su ser.
El alma le iba en ello.Trepó los andares del salón con los pies descalzos cubiertos por la gruesa tela de las medias, estaba en un relax propio de los que adquiría cuando violaba alguna propiedad. Se balanceó sobre sus piernas, sus rodillas no tenían rigidez, se flexionaban a la par que sus caderas ardían sobre la música. La melodía le entraba por los rincones donde la ropa se le levantaba,y le daba cosquillas en toda la piel, lo hacía lucir en movimientos atareados y espontáneos.
Casi todos sus movimientos eran espontáneos.
Mantuvo la respiración como el sonido de la banda de fondo, que frenaba los instrumentos y luego los tocaba con frenesí nuevamente, capturando el suspenso y la magia envuelta en pocos acordes. Cuando el silencio se hizo presente, sonrió satisfecho, la adrenalina le mecía los rulos y los ojos le brillaban aún más que el reloj de oro en su muñeca.
Volvió sus pasos atrás y se colocó las zapatillas con la misma tranquilidad con la que había concretado la pieza de baile hacía segundos. Subió a la segunda planta, dónde no había estado, curiosamente, rara vez una casa lo seducía tanto para disfrutar primero del primer piso sin tener que acudir de inmediato al más alto.
Así ingresó sin permiso, y sin necesitarlo. Los cuadros en óleo con figuras indescifrables le parecieron de pésimo gusto, y se animó a apoyarse sobre uno a burlarse como si estuviera frente al pintor en carne y hueso. Se revolvió los rulos mientras sonreía con la vista impenetrable. Siguió su camino hasta las habitaciones alejándose de los pasillos, lo inundó un empalagoso aroma a esencia de flores. Las camas desechas le hicieron la imagen de un matrimonio ajetreado, los diseños a rayas y circulares le hicieron gracia y no evitó ojear los cuadros sobre las mesitas de luz. Evita con la sonrisa radiante y Perón con la figura inquebrantable parecían saludarlo. Sonrió ante la imagen y la depositó con cuidado nuevamente en su lugar.
Recorrió el espacio de paredes blancas, adornadas con única armonía que a él le brindaba en realidad, cierta histeria. Abrió los placards hallando prendas coloridas y de buen nivel, las ojeó por arriba y encontró varias camisas, los diseños y los cortes le hicieron recordar a las que usaba Ramón, pensó en si le gustaría que le llevara una.
Pero la duda se le distendió al descubrir una abertura profunda, la talló con los dedos, metiendo la mano de lleno en el mueble llegando hasta la madera del fondo. Tanteó y comprobó el sobresalir de los bordes, la sonrisa se le escapó y la picardía le carcomió los dedos a medida que los incrustaba con agilidad para penetrar el escondite. Allí comprobó los billetes color verde en distintos grosores de fajos apilados, los arrebató de inmediato y se los guardó en los grandes bolsillos de su campera marrón, que en realidad era de su padre.
Cerró las puertas del placard sin molestarse en volver la madera a la abertura que conformaba el astuto escondite, pero volvió en sus pasos y en un rápido movimiento volvió a abrir una de las puertas, sacó un cinturón negro de cuero para enrollarlo en su muñeca mientras bajaba por las escaleras.
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Los dioses resplandecen |El Ángel|
Fanfic-El Diablo es rubio. Y en sus azules ojos, se encendió el amor. Con sus calzones rojos, el diablo me parece encantador. -Pensar que alguna vez fui un bebé.- -Y ahora sos un hijo de puta.