Lo miró con furia, compenetrando las miradas en una al fuego vivo. Desfigurando el ambiente a uno totalmente tenso, ignoraban el hecho de estar acompañados. Aunque su expresión era de ira notable, el rostro de Carlitos estaba libre de algún gesto duro, solo estaba ahí observándolo como si de verdad no lo conociera y quisiera saber quién era.
—Deja confite, sos muy boludo para hacerme tanto frente.—le soltó en la cara Ramon, duramente en un tono fuerte y frío.
El chico a su costado arqueó una ceja observándolos a ambos de vez en cuando, entendiendo poco al ver la sonrisa de Carlitos dibujarse. Quedó con la vista puesta ahí, sin entender que era lo que le causaba gracia, siendo que un chico alto y de mala espina como Ramon se le estaba por tirar encima, con enojo tremendo. Pronto vio como la sonrisa quedó envuelta en nada, al recibir un puño firme y duro de parte del morocho sobre su cara. El de rizos claros cayó al suelo con notable sangre en el labio, aún sin levantar la vista, chorreó de aquel líquido rojo sobre todo el suelo de cemento, y parte de su camisa azul.
Sus rulos contorneaban toda su figura, era lo único visible. Con lentitud giró la cabeza en dirección a Ramon, que no cambiaba la expresión y parecía hervir en cólera. Mostró su rostro, inalterado, con sangre por toda la boca, metiendose entre sus dientes. A causa de su sonrisa celestial, cada vez más ancha. Le sonrió con cinismo, casi con psicopatía. Esto no provocó más ira en el morocho, sino una tremenda confusión. Todo lo que hiciera parecía resbalar al joven, lo que le dijera y lo que sintiera. Creyó no reconocerlo casi, en ninguna película ni libro antes visto, ni el más ridiculo e incoherente. Aún así, nada lo espantó lo demasiado para terminar con esa fascinación que mantenía por Carlitos. Hasta en un punto lamentó haberlo vuelto a herir de esa forma, casi desfigurando su cara tan delicada y angelical.
Quiso extender una mano hacia el, quizás en señal de tregua, o quizás porque la imagen del rubio sobre el piso como un niño, lo sacudió de una forma tremenda. Pero antes de que pudiera hacerlo una mujer que conocía bien, llegó y se lo llevó casi a rastras, sosteniéndole del labio con delicadeza, no sin antes dedicarle una mirada de horror. Que Ramón correspondió rodando los ojos.
Lamentó no poder divisar bien el rostro de Carlitos antes de verlo desaparecer sobre el patio, a causa de todas las personas que los habían rodeado saliendo literalmente de la nada.
Tuvo que volver por obligación a clases, con la amenaza de que al salir tendría que quedarse en dirección detenido. La noticia le pareció ridícula y frustrante, pero cuando vió a Carlos sentado con los brazos cruzados sobre uno de los asientos, de la habitación vacía, no hizo queja alguna y se sentó a su lado. Queriendo hablarle, recibiendo un gesto de ignoro por el rubio, que se volteó acostándose sobre sus brazos. Se limitó a quedarse con la imagen de su cabello, eternamente libre y disparejo en forma de pequeños rizos. Su cara cubierta con una gasa sobre los labios, quedó tapada por sus propias manos.
—¿Por qué me hiciste enojar así? No te quería pegar...Carlitos.—le dijo, realmente sin esperar una respuesta, dado que el desinterés del más chico era notable.
Y por un rato largo no habló. Se mantuvo en la misma posición, a Ramón la inquietud lo mataba, lo destruía su propia impaciencia y el silencio desesperante de aquel salón. Sumado el poco sonido que creaba el de rulos, siendo inaudible hasta su respiración.
Pero pronto lo vio removerse y volvió a prestarle atención. Levantó su cabeza con pereza, y se enderezó con fiaca. Todavía sin mirarlo directamente. El morocho pudo divisar nuevamente la gasa blanca y el moretón anterior sobre su ojo poco cicatrizado, de un tono verdoso oscuro. Otra vez lo invadió cierta culpa, no habitual en él.—Antes me habías preguntado si me gustaba que me peguen.—le dijo con la voz clara y sin titubear. Ramón recordó inmediato y asintió sabiendo que Carlitos no lo estaba mirando.—No.—dijo luego, para voltear su cabeza y dirigir su vista hacia el rostro y la expresión contradictoria de Ramón.—No me gusta que me peguen.—habló tan firme que a Ramón se le cayeron todas las fichas sobre el juego fantasma que pensó que tenía armado sobre aquel chico.
Hubo un corto silencio y el morocho soltó un suspiro, llevó su mano hacia su cabello rascándolo, mostrando fiaca y frustración.
—No lo voy a volver a hacer, pero vos no me tomes el pelo Carlitos.—le pidió, como una especie de trato.
Entonces el rubio asintió, pero Ramón sintió que faltaba algo en su rostro. La sonrisa tranquila que siempre solía manejar, lo miró con una extraña tensión en el medio, intentando no dirigir la vista a sus labios, haciendo lo imposible para lograrlo. Para cuando la hora terminó, ellos no habían cruzado más que esas palabras.
Vió a Carlitos hablar por última vez con la directora y quiso esperarlo, pero cuando lo cruzó él dobló sin notarlo, tomando otro camino al conocido que sabía que solía hacer siempre. Esa fue la señal para irse también sin otra oportunidad de enmendar las cosas.
Al otro día caminó con la misma fiaca hacia el establecimiento, sin poder usar el auto de su padre por el supuesto "castigo" que le había puesto, por la llamada de la directora. Su mamá volvió a retarlo, y él nunca mencionó que era a Carlitos a quién había golpeado. Otra vez.
Sumado el calor y la falta de energía, llegó casi tarde, fue cuando una melena de rulos se le atravesó. Diviso a Carlitos con el uniforme arrugado, a paso lento y desganado. Con la expresión gris y distante. Y casi ni lo reconoció como él tal Carlitos.
Junto todas las partes donde se atrevía a encararlo, y así tomó coraje. Se acercó con prisa, con miedo de que el otro lo viera y así se fuera. Pero al llegar Carlitos lo miró, con una leve sonrisa, apagada diría. Entonces el también le sonrió disimuladamente al ver que no lo estaba esquivando.—¿Mejor?—le preguntó. Notando que la gasa ya no tapaba parte de su labio.
El rubio asintió. Para después sacar un cigarro del bolsillo llevándolo hacia su boca. —¿También llamaron a tus viejos?—preguntó. Luego hizo una mueca de dolor al chocar la zona herida con el cigarro.
—¿Queres que lo fume por vos?—bromeó Ramón. También encendiendo uno. Carlitos sonrió largando el humo hacia un costado.—Si, me sacó el auto, al menos por hoy.—habló refiriéndose a su padre. —¿A vos?—
Vió a Carlitos encogerse de hombros, su mirada era vivaz a pesar de lo apagada de su apariencia. Sus rulos estaban más desordenados de lo común, pero aquello no le restaba belleza. Llevó una mano hacia su ojo, él mismo que Ramón había marcado hace semanas. Lo tocó y dirigió su dedo índice hacia una nueva herida, pequeña, que él morocho tuvo que acercarse más para notar. Era más profunda y se veía rojiza.
—Esta es nueva, me la hizo mi papá ayer.—le dijo como si nada. Sin notar que a Ramón la expresión le cambio a una seria, con el cigarro sobre en el aire, sin moverse. Mirándolo fijo y con cierta preocupación.
Fue rápido cuando Carlitos terminó su pucho y lo instó a entrar. Lo siguió desde atrás, aún pensando en lo que le había mostrado, con una nueva ira crecer, esta vez hacia el progenitor del chico.
Chabon, la foto de Toto que puse arriba es mi favorita, mierda que pendejo lindo
Si, a Carlitos le pegó el papá. Es algo que añadí porque me gusta mezclar un poco datos con la historia real del Carlos real. A pesar de la edad de Puch, su padre lo golpeó varias veces en la calle a la vista de todos, ya saben que la relación no era buena, ni en la peli ni en la historia más oscura.
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Los dioses resplandecen |El Ángel|
Fanfiction-El Diablo es rubio. Y en sus azules ojos, se encendió el amor. Con sus calzones rojos, el diablo me parece encantador. -Pensar que alguna vez fui un bebé.- -Y ahora sos un hijo de puta.