Capítulo 11: Hay un cielo arriba nuestro.

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Las pisadas marcadas con suavidad y la entonación despreocupada de sus movimientos aligeraban cierta tensión, que Ramón sentía en el aire, a la proximidad inmediata de los ligeros roces que se causaban mientras caminaban uno junto al otro, el brazo desnudo de Carlitos solía chocarse con el suyo, tapado por el cuero de la campera, sin embargo era imposible de no sentirlo, y de no notar el estremecimiento que él mínimo contacto le causaba colándose en todo su cuerpo.

Sitió que ya no sería posible de acallar la pregunta que le venía trastornando la cabeza desde que habían salido de aquel encuentro con Santino. También sintió que no tenía sentido no permitirse a hacerla, ya que a estas alturas, realmente sabía que no tenía nada que perder.

—¿Lo podemos hablar?—

—¿Qué cosa?—

Carlitos respondió inmediato ensimismado a una trasparencia que carcomía la cíen del morocho, quien no podía comprender como una persona rebosaba de tanta despreocupación y tranquilidad.

—¿Cómo que cosa? ¡Lo de recién! ¿Porqué mierda hiciste eso?—

Quizás sonó demasiado alterado, pero la verdad era que lo que más le molestaba era no comprender al chico a su lado, no poder traspasarlo nunca, cuando la curiosidad no parecía disminuir, y él nunca llegaba a conocerlo de más, ni siquiera cuando Carlitos le contaba algo, porque luego demostraba otra cosa o se movía en situaciones que contradecían sus palabras, o al menos Ramón estaba muy confundido respecto a él.

—Porque si. Fue como una despedida, no lo pienses más, ya quedó en el pasado.—

Fue la respuesta que más lo pudo descolocar ¿Se besa a otro hombre en plena calle y en medio de una pelea, porque si?
Bufo con pesar, rindiéndose ante cualquier otra pregunta en puerta, quedándose con el espectro de la escena de Carlitos besándose a otro chico, por alguna razón aquello le traía cierta excitación.

—¿Siempre te gustaron los chicos?—

Y si, era la pregunta más directa que le salió, porque no sabía muy bien como formularla, la lanzó sin notarlo, y cuando cayó en lo que había dicho, se insultó mentalmente. Aunque el chico siguió caminando sin alterarse, con los rulos claros rebotando en su rostro, los labios rojizos y las ligeras marcas que adornaban su rostro desde hacía buen tiempo. Ramón creyó que ya se había acostumbrado tanto a verlo con esos golpes que cuando se curara -si tenía la suerte de no recibir otra golpiza- no lo reconocería.

—¿Cuándo te dije yo que me gustaban los chicos?—Le respondió.

Ramón tuvo que analizar detenidamente si su respuesta fue producto de alguna artimaña para esquivar la pregunta, o si de verdad se lo juraba. A partir de ahora Ramón comprendió que debía analizar las dos caras de la moneda.

—No, se me ocurrió un día de la nada. No fue por verte transar con uno, para nada.—respondió con tanto sarcasmo que Carlitos río por lo bajo.

—¿Vos también queres un beso o qué?—

La sonrisa gigante que movía con ligereza en una mueca traviesa, traspasó de una forma veraz toda cordura que intentaba mantener el morocho frente a él, tardó tanto en contestar que Carlitos lo tomó como un si.
Ramón mantenía la cara en un gesto duro y petrificado, aún perplejo ante la caradurez de aquel joven con aspecto angelical frente a él. Lo vio acercarse lentamente, mientras la sonrisa sobradora parecía crecerle, se paró a un pie de él y sintió uno de sus rulos rozarle la frente, admiró sus labios carnosos de tan cerca que casi no llegó a reaccionar a tiempo para apartarlo. De un manotazo en el pecho lo lanzó tres pasos hacia atrás, Carlitos sin dejar de sonreír agrandó la mueca y largó una carcajada para seguir caminando.

Los dioses resplandecen |El Ángel| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora