Capítulo ocho

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- ¿Por qué te has vuelto a sentar? – pregunta Carla con una extraña mirada cruzándole el rostro.

-  Oh, nada esque… - Me quedo callada, pues no recuerdo muy bien por qué me he sentado. De repente una palabra me viene a la cabeza: Futuro. – Esque me maree.

Salgo de la zapatería, que está atestada de personas y regreso a casa. Cuando entro, veo que mis padres están charlando animadamente junto con mi hermano, y me uno a la conversación.

-  Pero no quiero que sepa nada, será una sorpresa – escucho decir a mi madre, que al instante se calla. - ¡Hola Sofía! ¿ Qué tal el día?

-  ¿Qué será una sorpresa? – pregunto yo a modo de respuesta.

-  Eh… Nada, nada, cosas mías.

En vista de que no me van a desvelar el secreto, me siento en la mesa y almorzamos todos juntos. Al acabar regreso a mi habitación. Es bastante pequeña, solo tiene una pequeña cama, un armario estropeado por la humedad y una estantería con unos cuantos libros. Me acomodo en la cama, y comienzo a pensar en el baile de mañana. Pienso que tiene que ser precioso ver los jardines a la luz de la luna, que el palacio será espectacular, y que me lo pasaré genial. Pero un pensamiento inesperado me saca de mis ensoñaciones. Futuro. Futuro. No sé que puede significar eso.

Me viene una imagen de un coche, pero no como los que llevan la realeza, sino más sofisticado. Es un modelo pequeño, de un color rojo muy bonito. Me quedo pensando en eso, y sin darme cuenta, me duermo.

A la mañana siguiente me despierto de un salto. Bajo corriendo las escaleras, que las recorre un olor a… ¿Comida? Puede ser. Al llegar allí encuentro a mi madre con un plato de…

- ¡ Huevos! – Exclamo. Solo en ocasiones muy especiales desayunamos otra cosa que no sean gachas o pan quemado, pero nunca es algo como huevos.

- Sí, hija, hoy desayunaremos huevos, y además tengo una sorpresa para vosotros dos – dice mi madre, refiriéndose a mi hermano y a mi.

Nos sentamos corriendo y comenzamos a desayunar. ¡Están buenísimos! Ojala pudiera desayunar eso todos los días. Nos acabamos nuestros platos enseguida, y mi madre se levanta y dice:

-         Bueno, Sofía, hoy no tienes que ir a trabajar, pues es un día festivo.

¿ Puede mejorar el día? Yo creo que no. Primero desayunamos algo exquisito, luego, mi madre anuncia que no tengo que trabajar, y por si fuera poco, esta noche iré a un  baile real.

-  Y la sorpresa – continúa mi madre – es que los dos tenéis un traje para asistir a la gala de esta noche.

-  ¿Enserio? – pregunto casi gritando - ¿Puedo verlo?

Mi madre saca de una caja un traje de chaqueta, del tamaño de mi hermano, y se lo entrega. Éste le da las gracias y con una sonrisa vuelve a su habitación a arreglarse.

Saca otra caja y la coloca encima de la mesa. La abre, y dentro hay un vestido precioso. Es de color azulado, sin mangas, y la parte de abajo es larga hasta los pies. Va a juego con unos zapatos de tacón, del mismo color, y con un collar de perlas. Es precioso.

Le doy las gracias a mi madre y subo corriendo a mi habitación.

Deposito la caja en mi cama y contemplo el vestido atentamente.  Me encanta. Es el vestido perfecto. Ahora tengo vestido para el baile, y además es precioso, lo que me falta es una pareja con la que asistir y…

 Todo se vuelve negro.

Las dos vidas de esa chicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora