Prólogo

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31 de diciembre, 2018

Kevin me mira mientras pongo la mesa para cenar. Esta noche somos nosotros solos, así que va a ser un comienzo de año muy tranquilo. Como para Navidad fuimos a la casa de su padre y estaba lleno de gente, esta vez decidimos pasar la fiesta a solas en casa y empezar el año con tranquilidad. 

Él revisa la carne que está en el horno y hace una mueca.

—Todavía falta como media hora —dice. Arqueo las cejas—. A esta velocidad vamos a terminar comiendo a la medianoche.

Me río y le sirvo un poco más de vino tinto en la copa.

—No pasa nada, estamos solos, no nos apura nadie —replico.

Se acerca a mí y me da un beso tierno. Acaricio su pecho desnudo y él sonríe contra mis labios.

—¿Deberíamos vestirnos bien para recibir al Año Nuevo? —cuestiona. Me encojo de hombros.

—Yo estoy bien vestida, mi amor. Vos sos el que está descalzo y sin remera, ¿no tenés zapatillas?

—Sí, pero me gusta sentir el piso frío. —Me da un beso, toma rápido la bebida y comienza a irse—. Ya vengo.

Suspiro y me pongo a decorar las galletitas de chocolate que hice como postre. Mi mamá decía que comer estas galletas en el comienzo de un nuevo año traía buena fortuna, así que decidí hacerlas para que comamos con Kevin mientras pedimos deseos.

Me entretengo con la decoración cuando un olor medio raro llama mi atención. Hago una mueca de confusión hasta que me doy cuenta de que es la carne que está en el horno. Que no se haya quemado o Kevin me mata.

Me pongo el guante rápidamente y saco la bandeja con la comida. Suspiro de alivio al ver que no está quemada, por el contrario, desprende un olor riquísimo y está tan dorada que se nota que llegó a su punto exacto. Apago el fuego del horno y guardo la bandeja ahí para que se mantenga caliente.

Sigo con la decoración de las galletitas, amo esto, amo olvidarme del mundo y perderme en el olor a azúcar horneado, a dejar fluir mi creatividad mientras dibujo sobre la masa. Un aclaramiento de voz desde el umbral de la puerta me avisa que mi hombre volvió y sonrío. Está bañado, con una camisa celeste y un pantalón de jean, ¡hasta se puso zapatos!

—Mucho mejor —comento—. Ahora sí estás listo para recibir el año nuevo.

Se acerca y se ubica detrás de mí, apoyando su cuerpo sobre mi espalda. Siento el calor que desprende mientras me rodea con sus brazos y siento su aliento en mi oído, haciéndome estremecer. Apoya su mano sobre las mías y comienza a dirigir el movimiento de la manga pastelera.

Con una caligrafía temblorosa y algo deforme escribe una letra sobre cada galletita. T-E-A-M-O. Es lo más tierno que hicieron en mi vida. Besa mi hombro y se aleja para empezar a servir la comida.

—Bueno, galán, yo también te amo —digo, poniendo otra botella de vino sobre la mesa y los platos ya repletos de comida. Él sonríe y me guiña un ojo.

Antes de sentarse, enciende la radio para escuchar algo de fondo y enterarnos de cuánto falta para la medianoche. Son las diez de la noche.

—Últimas dos horas del dos mil dieciocho —comenta, chocando su copa con la mía—, y las estoy pasando con la mujer más hermosa del planeta.

—Opino igual, estoy pasando las últimas horas de este año tan extraño con el hombre más sexy del mundo.

Se ríe y comenzamos a comer. El tiempo pasa entre charlas y carcajadas, sin parar de tocarnos las piernas por debajo de la mesa. Eso ya es casi como un ritual, no podemos estar ni un segundo sin contacto físico, pero no es sexual, sino más bien las ganas de sentirnos cerca.

Después de cenar, lavo los platos mientras él los seca. No para de mirar a las galletitas, pero hago de cuenta que no noto su ansiedad.

—¿Para qué se supone que es eso? —cuestiona. Sonrío por dentro, sabía que no podía detener su curiosidad.

—Es algo especial que hacía con mi mamá —cuento, secando mis manos—. A las doce de la noche, después de brindar, tenés que comer una galletita por cada deseo que quieras que se cumpla.

—Eso está bueno —dice. Asiento con la cabeza—. ¿Y se cumplen?

—Ella decía que solo se cumplen las cosas que deseas con todo tu corazón, sobre todo si las galletitas están hechas con mucho amor, y creeme que lo están.

—Lo sé, todo lo que hacés vos está hecho con amor —replica, atrayéndome a él y dándome un beso intenso y suave a la vez.

La radio comienza con la cuenta regresiva y nos miramos con sorpresa. No nos dimos ni cuenta de que el tiempo pasó tan rápido, así que Kevin abre la botella de sidra con velocidad y me cubro la cabeza por miedo a que me caiga la tapa en el ojo. Él se ríe y llena las copas con tanta rapidez que derrama todo.

—Creo que va a volver el apodo del idiota —comento entre risas.

Afuera ya se escuchan los fuegos artificiales, pero nosotros apenas estamos brindando sin parar de reír por la situación tan terrible que acaba de pasar. Somos un desastre.

—Feliz año, aceituna —dice cuando al fin nos calmamos—, por muchos comienzos de año más juntos.

—Feliz año, galán idiota. Te amo. —Nos besamos con lentitud y abrazándonos fuerte—. Estás pensando en comer las galletitas, ¿no?

—Mmm... No, estoy pensando en que no nos acostamos desde el año pasado y quiero corroborar si tenés una bombacha rosa puesta —contesta sonriendo inocentemente. Ruedo mis ojos y niego con la cabeza.

—Kevin, no pasaron ni cinco minutos del año pasado, calmate —le digo con tono burlón y agarro el plato con las galletitas—. Pidamos los deseos.

—¿Hay que comer una por deseo? —Asiento—. ¿Hay que decir el deseo en voz alta?

—No, tiene que ser por dentro y deseándolo con todas tus fuerzas, algo muy sincero.

Nos vamos a sentar de nuevo y él come tres con los ojos cerrados, una tras otra. Yo solo agarro una y la como lentamente mientras pido con todo mi corazón lo que quiero.

Deseo saber si Kevin es realmente el amor de mi vida.

Tengo que estar segura de esto antes de dar el gran paso. Abro los ojos y él me está mirando con atención, tengo miedo de lo que vaya a pasar a partir de ahora, pero estoy preparada para lo que sea.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora