Epílogo

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16 de octubre, 2019

Ay, no puedo ni caminar. Tengo los pies más grandes que un elefante, y eso que no los veo. Mi panza es enorme, más que mellizos parecen cuatrillizos. A pesar de que me estuve poniendo cremas, algunas estrías aparecieron igual. Soy un asco y tengo ganas de llorar, no puedo estar hecha un elefante, por Dios. Últimamente estoy soñando que exploto y salen bichos feos de mi interior, como en la película Bichos rastreros. La verdad es que es un horror y no puedo evitar pensar en que tengo miedo, y mucho, de lo que vaya a pasar en el parto.

De todos modos, en este momento tengo que poner mi mejor sonrisa porque estoy en el cumpleaños de los bebés de mis amigas. No puedo creer que ya haya pasado un año de su nacimiento, el tiempo pasó volando. Hay una gran reunión familiar, todos están comiendo, jugando y bailando menos yo, que tengo que estar tirada en el sillón cada dos minutos porque no aguanto estar parada. Kevin se sienta junto a mí, me mira con ternura y me besa mientras acaricia mi panza.

—Estás hermosa —murmura. Bueno, por lo menos le sigo pareciendo linda—. Esa panza te queda espectacular y tenés unas tetas enormes que...

—¡Kevin! —exclamo sonrojándome—. Estás loco, nos pueden escuchar, no digas esas cosas.

Se ríe y deposita otro beso en mis labios. Se levanta para ir a buscar algo para tomar y al instante mis amigas ocupan los lugares vacíos a mi lado. Ambas acarician mi panza con suavidad y sonrío.

—Oli, ¿para cuándo? —pregunta Romina—. Creo que ya estás a punto.

—Me dijeron que hasta fin de mes hay tiempo, pero ya empecé la semana treinta y nueve y ya es inminente —contesto con tranquilidad.

—¿No te dieron fecha para cesárea? —cuestiona Cinthia frunciendo el ceño. Niego con la cabeza.

—Me dijo el doctor que por ahora es parto natural, ya están encajados, solo es cuestión de tiempo para que... —Me remuevo en el asiento y es ahí cuando siento la primera contracción. Abro los ojos sorprendida, pero no digo nada. No fue dolorosa, ni siquiera las siento seguidas, así que quizás solo fue una patada que dolió—. Es cuestión de tiempo para que nazcan —termino de decir.

—¿Te imaginas si nacen hoy? ¡Haríamos los cumpleaños con los cuatro juntos! Crecerían unidos como nosotras, como si fuesen primos en serio —chilla la colorada. Me río y asiento.

—Sería demasiada casualidad —replico—. Estela tuvo hace dos meses y está divina, yo no sé cómo voy a hacer con dos, tengo miedo.

—No te preocupes, seguro todo va a ir bien. Además, conociendo a Kevin, es capaz de hacer de todo con tal de dejarte descansar —comenta Cinthia—. Y entre los dos van a llevarse bien, van a ser excelentes padres.

—Ojalá —murmuro ilusionada—. Y hablando del rey de Roma, voy a ver qué hace, porque muero de sed y todavía no trae la bebida.

Me levanto con dificultad y camino hacia la cocina. Mi marido está sirviendo agua en un vaso y sonríe cuando me ve.

—Perdón la tardanza, me quedé hablando con el marido de Romina. —Me extiende el vaso y tomo el contenido rápidamente—. ¿Querés más?

—Sí.

Estornudo y suspiro al sentir la incontinencia urinaria. Dios, desde que estos bebés presionan mi vejiga, no puedo hacer ningún tipo de fuerza porque siento que me hago encima, es horrible. Comunico que voy al baño y él me ayuda a subir las escaleras, ya estoy acostumbrada a la lentitud, pero con esta panza camino como una tortuga.

Llego al inodoro, me siento y suelto un grito al ver sangre en mi ropa interior. Otra vez no, por favor. Me muero, me muero.

Le grito a Kevin para que llame a las chicas y me ayuden. Cuando Cinthia entra, me ayuda a levantar y sonríe.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora