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1 de marzo, 2019

Escucho las campanadas de boda desde que me doy cuenta de que solo faltan dos semanas para el casamiento. Ni más, ni menos, ¡catorce días! Los nervios me están descontrolando, no puedo evitar ponerme a pensar en todo lo que sucedió desde que conocí a Kevin hasta ahora y estoy segura de que es mi gran amor.

Creo que las galletas de los deseos puso muchas trabas para que nos separemos, pero al final eso no pasó y estoy a pocos días de dar el sí con el amor de mi vida.

—Deberíamos tomarnos vacaciones de nuevo —comenta Kevin volviendo de la cocina. Me río mientras le saco un poco de harina que quedó en su nariz y Laura se acerca comiendo un chicle.

—Estoy de acuerdo con el jefe, vacaciones de nuevo —dice sonriendo. Ruedo los ojos.

—Los tres vamos a tener una semana de vacaciones dentro de quince días. Así que, Lau, no te quieras hacer la víctima —contesto alejándome de ambos y limpiando una mesa que acaba de desocuparse.

—¡Pero una semana no es nada! —protesta mi amado. Le lanzo una mirada asesina y suelta una carcajada—. Bueno, está bien, no me quejo más. Pero las personas deberían tener vacaciones dos veces por mes y deberían ser de dos semanas.

—Eso significa que estarías de vacaciones todo el mes, mi amor —replico reprimiendo una sonrisa. Él asiente con la cabeza.

—Ese es el punto. Significa que estaría todo el año de vacaciones —agrega encogiéndose de hombros.

—Si fueses multimillonario podrías, pero sos un tipo de clase media que tiene que trabajar para poder vivir, así que menos charla y más trabajo —comento moviendo las manos para que él y Laura se muevan. Un olor llega a mis fosas nasales y frunzo el ceño—. ¿Dejaste algo en el horno? —pregunto.

—¿Eh? Sí, unas galletitas, ¿por? —responde Kevin.

—Hay olor a quemado. Andá a fijarte.

—Imposible que se estén quemando, las puse recién.

Al ver que él no se mueve, suspiro y voy a la cocina. Juro que hay olor a quemado. Abro el horno y todo el humo sale hacia afuera, haciéndome toser. Efectivamente, las galletitas se quemaron. Ay, Dios, este Kevin tiene la cabeza en cualquier parte.

—¿Era eso? —interroga detrás de mí, haciéndome sobresaltar porque no hizo ruido al bajar. Hago un sonido afirmativo—. Increíble, no puede ser que se hayan cocinado tan rápido.

—Estaba muy fuerte el horno... —Me lavo las manos y resoplo—. Tenemos que hablar. —Doy media vuelta y me apoyo contra la mesada para quedar frente a él.

—Ay, ¿qué hice? —pregunta con expresión atemorizada.

Me cruzo de brazos, pero vuelvo a ponerlos al costado de mi cuerpo cuando siento que aprieto mis pechos y me duelen. Maldito síndrome premenstrual que me pone toda sensible.

—Esta es la tercera vez que pasa. Y en serio me está molestando un poco. Para empezar, no parás de repetir que querés vacaciones, y te entiendo porque yo estoy igual, pero hay que bancársela. Por otra parte, es la segunda vez que te digo que cada cierto tiempo hay que apagar el horno porque de lo contrario se sobrecalienta y pasan estas cosas, además gastamos mucho gas para nada.

—Tenés razón —murmura.

—Si no te gusta trabajar de pastelero, te vas y hacés otra cosa, pero estás quejándote todo el tiempo y haciendo mal las cosas. Yo estaba bien sin vos y voy a seguir manejándome igual si decidís irte.

—¿Querés que me vaya? —pregunta con tono desconcertado. Chasqueo la lengua.

—No, no quiero que te vayas. Solo quiero que pienses... —Me acerco a él y tomo sus manos—. Este es nuestro negocio, ambos amamos esto y lo creamos juntos. No tenés que desconcentrarte, tenemos que cuidar lo que hacemos y nuestras cosas.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora