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15 de enero, 2019

—No abramos la pastelería hoy —dice Kevin a las cinco de la mañana. Intento levantarme, pero toma mi mano y tira de mí hasta que vuelvo a acostarme—. O abramos a la tarde, después del mediodía.

—¿Por qué? —interrogo, acercándome a él y dándole un beso en el pecho.

—Hace un año que nos conocimos por primera vez —comenta con lentitud a causa del sueño. Mantiene los ojos cerrados y aprovecho para mirar sus facciones relajadas tan perfectas—. Tenemos que festejar.

—Festejemos en la pastelería —contesto, incorporándome nuevamente. Él vuelve a tirarme.

—No, aceituna. Quiero festejar con vos a solas. Desnuda. Abajo de mí o arriba o de costado o de todas las maneras posibles —continúa diciendo sin abrir los ojos, pero sonríe. Yo le doy un pequeño empujón.

—Estás loco. Vamos a trabajar —replico con diversión.

—Mm, no... —Me abraza fuerte por la cintura para que no me mueva—. Anoche estábamos los dos cansados y no lo hicimos, ahora quiero hacerlo.

—Kevin... Abrí los ojos o voy a pensar que estás hablando dormido. —Los abre enseguida y estallo en carcajadas, contagiándolo—. Estás más despierto que yo, galán.

Sin responder, me besa apasionadamente. Ahogo un suspiro cuando muerde mi labio inferior y sus manos se dirigen a mis pechos para apretarlos con suavidad. Recorre mi cuello con sus labios y acaricia mis muslos.

—Te amo de acá hasta el infinito —dice trazando un recorrido de besos desde mi ombligo hasta el medio de mis pechos, provocándome cosquillas.

—Y yo de acá... —Pongo una mano sobre su corazón y bajo lentamente por su torso desnudo hasta su intimidad, que se endurece al instante que lo toco. Me sonrojo al sentir que no tiene calzoncillos puestos—. Hasta acá. —Abre sus ojos con sorpresa y se ríe mientras me besa.

—Yo sabía que solo me querés porque estoy bueno y te hago el amor —comenta con tono entre angustiado y burlón—. Te amo mucho, en serio.

—Yo también te amo, mi amor —respondo en voz baja, sintiendo sus besos en mi cuello.

—Desde que estamos comprometidos estás más fogosa, ¿qué pasó?

—¿Te molesta? —interrogo frunciendo el ceño. Lo empujo hasta que queda boca abajo y me subo sobre él para besarlo apasionadamente. Niega con la cabeza cuando vuelvo a alejarme.

—Para nada, por el contrario, me encanta. Es solo que me parece raro... Deben ser las hormonas —murmura para sí mismo, provocando que me ría y me levanto para vestirme. Me mira con confusión y señala su desnudez—. ¿Me vas a dejar así, aceituna? ¿En serio? ¡Vos provocaste esto, ayuda!

Estallo en carcajadas y lo miro con atención. Me da risa que esté como si nada, con esa tabla de lavar que tiene como abdomen, completamente desnudo, mirándome con las cejas arqueadas y señalando su prominente erección. Me hace sentir afortunada al pensar que ese bombón me lo como yo.

Solo le hago un gesto para que me acompañe a la ducha y él no lo duda ni un segundo.

—¿Pueden callarse? —interroga una voz femenina desde el otro de la pared, interrumpiendo mis gemidos. Kevin se ríe contra mis labios y me da más fuerte para que no pueda contenerme—. ¡Están todo el día así, parecen conejos!

Le hacemos caso omiso a lo que dice la vecina y continuamos con lo nuestro. Si le molesta, que ponga música fuerte o que se vaya, pero que no moleste. Un beso de Kevin me devuelve al momento. Intento volver a relajarme para seguir disfrutando, pero no está funcionando y él se da cuenta.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora